viernes, 12 de febrero de 2016

POESÍA MODERNA PARA SIEMPRE

Los poetas de hoy mantienen el pulso renovador que inició Rubén Darío hace 100 años



Igual que los creacionistas que aborrecen a Darwin descienden del mono, también los poetas que reniegan de Rubén Darío descienden de Rubén Darío. ¿Por qué? Porque el poeta nicaragüense no solo fue el maestro de la poesía hispana moderna, sino también el maestro de los maestros: fueran Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado, César Vallejo o Pablo Neruda. Así, José Manuel Caballero Bonald dice que nunca fue “devoto de la bisutería musical del modernismo”, pero reconoce lo que el autor de Azul…, muerto hace hoy 100 años, supuso “como iniciador de una lengua renovadora que abrió el camino del simbolismo”. Lo mismo opinan María Victoria Atencia y Clara Janés. Para ambas, más importante que el propio Darío, fue su influencia en la generación del 27: el puente entre el modernismo y la modernidad.

 Elena Medel lleva esa influencia más adelante —a “los outsiders de la primera posguerra española, como el grupo Cántico o Alfonsa de la Torre”, marcados por el uso preciosista del lenguaje— mientras Luis García Montero la lleva más atrás: “Lorca es impensable sin Rubén Darío, pero este lo es sin Bécquer”. ¿Qué demuestra eso? Que las rupturas nunca son tajantes. “Tenemos una idea de modernidad heredada del consumo, que pide romper con el pasado y fabricar novedades sin parar. Esa idea es falsa: la literatura es un fluido a largo plazo”. El propio García Montero admite, no obstante, que Darío supuso una quiebra a finales del siglo XIX: la reivindicación del “orgullo estético” frente al “realismo adocenado y al utilitarismo industrial”. La dicotomía entre útil y bello es precisamente la que usa Juan Antonio González-Iglesias para subrayar la herencia del padre del modernismo: “Lo más útil que enseñó es una nueva belleza, la perfección en la métrica, en el ritmo y en el vocabulario. Le debemos también la enseñanza de que los mitos antiguos se pueden decir con palabras modernas, científicas”. ¿Por ejemplo? “Cuando llama a Venus ‘princesa de los gérmenes’ y ‘reina de las matrices”.

Tanto Claribel Alegría como Darío Jaramillo y Piedad Bonnett traducen esa perfección en una palabra: música. “Nos enseñó a mezclar ritmos y a buscar libertades inusitadas”, dice Bonnett. Pero la adaptación del simbolismo francés a una lengua agostada por ese realismo adocenado del que hablaba García Montero es un arma de doble filo para Martín López-Vega. “El lugar de Rubén Darío en la historia de la poesía en castellano indica lo perdida que estaba esa poesía”, afirma. “Cernuda decía que los modernistas no se habían enterado de lo mejor de la poesía francesa del XIX (Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud) y se habían dedicado a copiar a los segundones. Estoy de acuerdo. No tuvimos un Romanticismo en condiciones y el modernismo, si uno lo compara con el francés, el inglés o el portugués, es blandengue, palabrero, ingenuo, ridículo. A Darío lo separan de Eliot y Pessoa 20 años, pero estéticamente les separan dos siglos. Creo que solo escribió un poema que merezca tal nombre: ‘Lo fatal’, excepcional y enorme”. Por si acaso, tanto Jaramillo como Óscar Hahn e Ida Vitale recuerdan la insistencia de Rubén Darío en que nadie lo adoptase como maestro. “Quizás fue el último poeta de nuestra lengua”, apunta esta última, “cuya obra entró indiscutidamente en una fama internacional casi escandalosa, esa que hoy se reserva a los deportistas. Le tocó la desdicha de verse rebajado a una moda”. 

 Rubén Darío lleva un siglo en el ADN de la poesía hispana. Nada menos, nada más. “Intentar hoy un tono a lo Rubén Darío sería un anacronismo de despistado”, advierte Darío Jaramillo, que, junto a la fusión entre poesía y música, señala otra deuda con el nicaragüense: “Abrió la atención a la poesía en otras lenguas y reivindicó un idioma más universal, menos sometido a los preceptos dictados por un legislador del idioma. En esto, se anticipó a lo que hoy es aceptado por todos”. González-Iglesias añade un matiz a esa universalidad: “Los poetas no pertenecen a una nación sino a una lengua, y la lengua suele ir vinculada más al imperio —como categoría literaria positiva— que a la nación. En ese sentido Rubén no es un poeta nicaragüense, sino un poeta del imperio francés que escribe en lengua española, del mismo modo que hubo poetas del imperio romano que escribieron en griego. Literariamente es un poeta francés, por eso moderniza la literatura española”.

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