sábado, 27 de febrero de 2016

MUERE JOSÉ RICARDO MORALES, EXPONENTE DEL TEATRO DEL ABSURDO

El dramaturgo, exiliado tras la Guerra Civil española en el buque 'Winnipeg' fletado por Neruda, ha fallecido a los 100 años en Chile



José Ricardo Morales, el último dramaturgo vivo que estuvo en activo el periodo de la II República española, fue hasta el pasado día 17 una memoria lúcida y crítica de la historia de nuestro país de todo un siglo. Y nunca mejor dicho, porque el escritor, ensayista y académico había cumplido unos pletóricos 100 años el pasado 3 de noviembre.

La noticia de su fallecimiento se dio a conocer de manera inmediata por la Biblioteca Nacional de Chile, país al que llegó exiliado en 1939 a bordo del Winnipeg, barco que fletó Pablo Neruda desde Francia para salvar del horror a unos cuantos miles de republicanos españoles, entre los que se encontraban numerosos científicos e intelectuales, como Morales. 

 En España la noticia llegó a través de su nieta, la decoradora de interiores Graziella Copetta, quien envió un breve texto a los muchos amigos de Morales: “Con gran orgullo y profundo dolor les anunció la partida de José Ricardo Morales, en su cama muy tranquilamente, y en paz de haber realizado todos sus deseos antes de morir, y de sentir el máximo cariño de ustedes. Un abrazo de Mar a Mar”.

Morales, que tomó la decisión de ser “chileno por vocación” y nunca volver a España, salvo algún esporádico viaje en los años ochenta, desarrolló la práctica totalidad de su carrera literaria en Chile, donde fue miembro de la Academia de la Lengua, organismo que le propuso por cuatro veces para el Premio Cervantes.

 Nacido en Málaga en 1915, toda su familia era de Valencia, de donde se consideraba él mismo, y ciudad en la que creció, estudió Magisterio y Filosofía y Letras, y fue miembro del grupo teatral El Búho, de Max Aub, con quien que tuvo gran amistad. Todo esto antes de su exilio a los 23 años, así como su militancia en la FUE (Federación Universitaria Escolar), asociación universitaria progresista, donde dirigió la sección cultural. Además durante la II República era waterpolista (participó en la Olimpiada Popular de 1936 en Barcelona, frustrada por el golpe de estado franquista), fue redactor jefe de Frente Universitario, así como comisario de brigada del Ejército Popular Republicano, responsable de división en el frente de Ripoll (Cataluña) donde salvó manuscritos y códices miniados que logró enviar a Suiza, y estuvo en el campo de concentración de Saint-Cyprien en Francia.

Prácticamente ignorado por el teatro español contemporáneo, a pesar de los esfuerzos de José Monleón por darle a conocer a través de la prestigiada revista Primer Acto, del fallecido Ricardo Domenech y, posteriormente, de la Asociación de Autores de Teatro, de la que era miembro de Honor, y del experto teatral Manuel Aznar, impulsor y responsable de la edición de sus obras completas en dos grandes tomos, Teatro (2009), con 42 obras, y Ensayos (2012), publicados por la Institució Alfons el Magnànim de Valencia. Él, por su parte, aplicaba su sobresaliente ironía para hablar del olvido sobre su teatro, ecléctico y marcadamente moderno: “El tener una obra condenada a la ‘postumidad’ siempre lo he vivido con humor. Es una manera de asumir lo que no tiene sentido”, dice de su dramaturgia, en la que, curiosamente, nunca habla de la guerra, del exilio, del desgarro.

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