martes, 28 de febrero de 2017

LA VERDAD SOBRE LA ESCUELA


EL PLACER DE MIRAR CÓMO OTROS LEEN

Primera edición española del libro en el que Kertész reunió medio siglo de fotos de lectores de todo el mundo


El placer ensimismado de la lectura, en personas de toda edad y condición y gozado en cualquier lugar, ajeno al ojo curioso que disparaba la cámara, fue el hilo con el que se trazó uno de los libros más bellos de la historia de la fotografía, Sobre la lectura, del húngaro André Kertész (Budapest, 1894-Nueva York, 1985). Publicado en 1971 en Estados Unidos, ha tenido que pasar casi medio siglo para que viera la luz una edición española, titulada Leer, coeditada por Periférica y Errata Naturae. El original se ha singularizado para la ocasión con un prólogo del escritor argentino Alberto Manguel y una nota a la edición de Robert Gurbo, gran especialista en el genial Kertész.

 El manoseado adjetivo de “mítico” se ajusta a una obra “imitada hasta la saciedad”, dice el editor de Periférica, Julián Rodríguez, que mostró hace meses su interés por publicar “un libro que trata sobre una dimensión” que le atañe. Son 66 imágenes en blanco y negro, la primera de 1915, en Esztergom (Hungría), de tres niños con pantalones raídos, dos de ellos descalzos, que comparten un libro, y las últimas, de 1970, en Nueva York. Una intermitente obra de más de medio siglo que, quizás, fue un homenaje de Kertész a su padre librero; en todo caso, una oda al sencillo acto de tomar un libro y abstraerse de lo que sucede alrededor. 

 Niños en escuelas, jóvenes en la calle, adultos en parques… se suceden en Leer, salpicados con toques de humor, como el del parisiense que hojea un periódico sentado en un banco mientras una vaca fisgonea las noticias por encima de su cabeza. Otras fotos conforman una serie que suscita nostalgia, la de lectores de diarios en las calles de una gran ciudad. Mucha ternura provoca una instantánea de Nueva York de un chaval que disfruta de un helado sentado sobre un colchón de tebeos, de los que lee un ejemplar. Los retratados por Kertész no miran a la cámara, están absortos, quizás no sabían que alguien los estaba capturando. Las últimas hojas del libro muestran a personas que leen en azoteas, parecen tomadas desde la lejanía de una ventana indiscreta. 

 Kertész declaró en alguna entrevista que “cada una de estas fotos contaba una historia”, apunta Rodríguez. “Miras una imagen y te produce una gran evocación, no se trata solo de pasar las páginas, sino de quedarte en cada una algún tiempo. Él entendía que, en la era moderna de la urbe, la lectura era un acto íntimo. Hay fotografías de París, de Nueva York, de gente mayor y joven… quería que estuviesen todos los estados de la vida. Era una forma de igualar al ser humano”, dice Rodríguez. Para asemejarse a la primera edición, se ha respetado el reducido formato. “Kertész quería huir de algo ostentoso”.


La pericia de este maestro influyó, entre otros, en Henri Cartier-Bresson. El francés aseguró que “cualquier cosa” que habían hecho él o Capa o Brassaï, “Kertész la había hecho antes”. El húngaro consiguió transformar el acto cotidiano de la lectura en imágenes poéticas gracias a encuadres en los que el protagonista queda desplazado por sillas, bancos, árboles… En el prólogo, Manguel enfatiza en la elegancia de su lenguaje, que bebió del dadaísmo y del fotoperiodismo, y a los que agregó la cotidianidad. 

 Kertész, al que su familia auguraba un próspero futuro como corredor de bolsa, empezó a tomar imágenes antes de la I Guerra Mundial. Soldado del Ejército austro-húngaro, fotografió paisajes y a sus compañeros, pero en poses ajenas a los horrores de la contienda. En 1925 se instaló en París, donde retrató durante una década, con una Leica, los escenarios por los que deambulaba, Montparnasse, la torre Eiffel, la periferia… junto a sus amigos, la crema intelectual, Mondrian, Chagall, Eisenstein… También se autorretrató junto al amor de su vida, Elisabeth. Dos años después inauguró su primera exposición y comenzó a trabajar para revistas y periódicos. 

 En 1936 le llegó una oferta para trasladarse a Nueva York. Sin embargo, la agencia que le había contratado solo le quería para aburridas sesiones de estudio, así que reunió dinero para regresar a Europa. Sin embargo, se lo impidió el comienzo de la Segunda Guerra Mundial y se quedó atrapado en Estados Unidos. Comienza una etapa de desarraigo —su inglés era muy pobre—, pena por no poder ver a sus amigos de París y olvido de su obra. Sobrevive como fotógrafo comercial para publicaciones de moda y decoración. Además, nacido en un país que había quedado bajo el yugo de la Unión Soviética, no es alguien que despierta mucha confianza en los EE UU del macartismo. Sin embargo, siempre encontrará un instante para retratar a alguien leyendo, sea en Nueva Orleans, Venecia, Tokio, Buenos Aires… 

 El director de Fotografía del MoMA, John Szarkowski, impulsó en 1964 una retrospectiva que le redescubrió, y ayudó a difundir por todo el mundo su obra, que él calificaba, con gran modestia, “de un aficionado”. “Sin aquella exposición, la editorial Grossman Publishers no habría lanzado años después Sobre la lectura”, apunta Rodríguez. Por fin llegaron los reconocimientos, hasta que la muerte de su esposa, en 1977, lo dejó solo y deprimido, hasta 1985, cuando falleció a los 91 años. 

Cuenta Robert Gurbo en su nota de la edición española que Kertész llevaba siempre un lápiz en un bolsillo cuando acudía a inauguraciones y eventos. La razón era que, en los ejemplares de Sobre la lectura que firmaba, parte de las fotos habían perdido lustre con los años y las reimpresiones. Así, mientras contaba, como un prestidigitador, la historia de una de sus imágenes, la retocaba con su lapicero. Hoy, la tecnología digital haría innecesario que Kertész llevase ese lápiz. Paradójicamente, esos avances, que amenazan el libro impreso, el tema de su gran obra, son los mismos que permiten disfrutar con fidelidad de sus fotografías.

TABLA PERIÓDICA PARA DUDAS ORTOGRÁFICAS

Su creador ha convertido los símbolos químicos en consejos de ortografía 

Los símbolos de la tabla periódica están compuestos por una o dos letras. En ellas los químicos ven elementos, y Juan Romeu, lingüista de 31 años, también normas ortográficas: su tabla periódica de la ortografía se ha colado en la portada del agregador de noticias Menéame durante el fin de semana y, en Facebook, se compartió unas 2.500 veces en 48 horas.


La tabla conserva las denominaciones de la tabla periódica original y añade una breve descripción de una norma ortográfica a cada elemento. "Yo me muevo bastante por internet y sabía que las tablas periódicas llaman mucho la atención y funcionan muy bien", cuenta Romeu por teléfono a Verne, "así que ya lo tenía en la cabeza. Además, justo me topé con una foto de cuando iba al colegio y detrás de un amigo salía una tabla periódica, y al verla me di cuenta de que muchos elementos cuadraban perfectos con temas ortográficos". 

 Romeu, filólogo que ha trabajado en la RAE como editor de la Nueva Gramática, tardó algo más de una semana en completar su versión de la tabla. "Lo más complicado ha sido obligarme a condensar los comentarios de cada elemento para que ocuparan muy poco pero fueran comprensibles", cuenta. Además, el trabajo ha sido un poco más largo de lo que hubiera sido hace un mes: "Comencé poco después de leer que habían incluido cuatro elementos más". 

 La imagen de la tabla fue publicada por Romeu en el blog de Sin Faltas, una startup de edición y corrección de texto para empresas en la que trabaja. Debido al tráfico provocado por Menéame, la página ha sufrido caídas intermitentes durante todo el fin de semana. "El sábado vimos que estaba caída y teníamos una boda", cuenta Romeu, "así que la dejamos. Ni yo como administrador podía entrar". 

 Para Romeu, parte del éxito de su post -y uno de los motivos por los que comenzaron el proyecto de Sin Faltas- se debe a que "la ortografía y la lengua están de moda". "Hay quien dice que las redes sociales son un peligro para la lengua", explica, "pero yo creo que es al contrario: gracias a ellas escribimos más que nunca, prácticamente todos escribimos todos los días, y hay que aprovecharlo". 

La tabla está elaborada por sinfaltas.com, el enlace completo: https://sinfaltas.com/2016/12/08/la-tabla-periodica-de-la-ortografia/

lunes, 27 de febrero de 2017

TODOS LOS CUENTOS DEL MEJOR CUENTISTA

El cuarto volumen de los cuentos completos reúne el trabajo de su época final, marcada por la enfermedad


El 22 de marzo de 1897 Chéjov cenó en el restaurante L’Érmitage de Moscú con su viejo gran amigo, el editor de Tiempo Nuevo. “Acababa de sentarse a la mesa, frente a Suvorin, cuando repentinamente, sin el menor aviso previo, empezó a brotarle sangre de la boca”, cuenta Raymond Carver en Tres rosas amarillas, el cuento donde reconstruye la última época del escritor ruso. 

Lo ingresaron, estaba francamente mal, así que ya no podría seguir desentendiéndose de la tuberculosis que lo estaba matando poco a poco. Su producción literaria empezó a dilatarse. A finales de 1899 publicó, tras casi un año de silencio, La dama del perrito, seguramente uno de los mejores relatos de la literatura universal. Paul Viejo, el responsable de la edición de los cuatro volúmenes de los Cuentos completos que acaba de terminar de publicar Páginas de Espuma, contó hace poco en la presentación de la última entrega que no entendió las sutilezas de aquella pieza la primera vez que la leyó. Tampoco lo tuvo fácil la segunda, pero el veneno le corría ya por las venas. Y así, hasta hoy. Aprendió ruso, terminó comprendiendo la hondura de cuanto ocurría en ese puñado de páginas que escribió con tanta maestría aquel médico que había nacido en 1860 en Taganrog y que murió el 2 de julio de 1904 en el balneario de Badenweiler. Y lleva ahora unos años entregado por completo a Chéjov. 

 El cuarto volumen recoge los cuentos que escribió entre 1894 y 1903, donde están algunos de los que elaboró con mayor parsimonia. El primero reunió los que Chéjov publicó entre 1880 y 1885, acaso los más juguetones y humorísticos; los del segundo, de 1885 a 1886, muestran ya a un autor dueño de sus recursos; el tercero, de 1887 a 1893, recoge piezas que lo confirman como un referente indiscutible de la distancia corta. Son más de 600 relatos, cada volumen tiene más de mil páginas. A Paul Viejo le gusta insistir en que también se trata de una antología de los traductores del escritor ruso al español: hay versiones de autores diversos y épocas muy diferentes. Y prólogos, ilustraciones, fotografías y un aparato de notas para situar el contexto e historia de cada relato. Un trabajo imponente.


Los vómitos de sangre, la época final: de un lado a otro, buscando climas propicios para aliviar el mal. Chéjov estuvo varias veces durante esa temporada en lugares diferentes de Europa: en Italia, en Francia. Se interesó por el caso Dreyfus. En septiembre de 1898 acudió a uno de los ensayos del Teatro de Arte de Moscú, que habían fundado Dánchenko y Stanislavski, y se enamoró de una actriz de 28 años, Olga Knipper. Son años en los que vende su casa de Mélijovo, cerca de Moscú, y se compra otra en Yalta, Crimea. Firmó un contrato leonino con el editor Adolf Marx para publicar sus obras completas, recaudó fondos para construir un sanatorio de tuberculosos, lo eligieron miembro de la Sección de Letras de la Academia de la Ciencia. Visitó a Tolstói, viajó con Gorki por el Cáucaso. El 25 de mayo de 1900 se casó por fin con Olga Knipper, aunque no llegaran a vivir mucho tiempo juntos. En 1903 escribió La novia, su último relato, y a finales de año se pasaba por los ensayos de El jardín de los cerezos, su última pieza teatral. 

 Se estrenó el 17 de enero de 1904. Stanislavski, que dirigió la obra, cuenta en Mi vida en el arte que consiguieron que Chéjov fuera al estreno. “Cuando, después del tercer acto, se hallaba en el escenario, delgado y mortalmente pálido, sin poder reprimir la tos mientras lo saludaban con pergaminos y obsequios, se nos estremecía el corazón de dolor”. Unas semanas después, le contó el argumento de su próxima obra. Stanislavski lo resume así: “Dos amigos, ambos jóvenes, aman a la misma mujer. El amor común y los celos crean relaciones sumamente complicadas, que culminan con la partida de ambos hacia el Polo Norte. Los decorados del último acto muestran un enorme navío aprisionado entre los hielos. Al final de la pieza, ambos amigos ven a un fantasma blanco que se desliza por la superficie de la nieve. Evidentemente, la sombra, o el alma de la mujer amada que había fallecido allá lejos en el rincón de la patria”. 

Cuando Chéjov agonizaba al empezar julio en el hotel Sommer de Badenweiler, tenía delirios en los que aparecía un marinero. Estaba con Olga Knipper. “Ella le colocó una bolsa de hielo sobre el pecho”, cuenta Natalia Ginzburg en su librito sobre el autor de El tío Vania. Cuando Chéjov recuperó la lucidez le preguntó: “¿Para qué poner hielo sobre un corazón vacío?”. 

 “El doctor Schwörer llegó a las dos de la mañana. ‘Ich sterbe’ —le dijo Chéjov—. Me muero”, continúa Ginzburg. El médico le puso una inyección de alcanfor y, al rato, encargó que les subieran una botella de champán. “Chéjov aceptó la copa que le ofrecieron y dijo: ‘Hace tiempo que no bebía champán’. Vació la copa y se acostó de lado. Poco después dejó de respirar. Era el 2 de julio de 1904”.

CUANDO LA ORQUESTA FALLA EN NUESTRA CABEZA


Las universidades públicas españolas empiezan a incorporar protocolos para ayudar a los alumnos con déficit de atención


 Para Enrique Alonso, de 19 años, algo tan sencillo como leer un libro es un suplicio. Le cuesta retener detalles, seguir el hilo argumental y comprender la trama. Tiene Trastorno por Déficit de Atención (TDA), una patología que hasta 2013 no se incluyó en la lista de trastornos con necesidades de apoyo educativo en ley de educación (LOMCE). Cree que el desconocimiento de su dolencia por parte de los profesores hizo de su etapa escolar un calvario. “Preferían atender a los buenos estudiantes, a los que sacaban buenas notas”, cuenta. Este año ha comenzado primero de Magisterio en la Complutense de Madrid, una universidad que, como otras muchas públicas en España, ha comenzado a aplicar protocolos de ayuda para los estudiantes con TDA.

 Aunque no existe un registro oficial de cuántos estudiantes hay en España con TDA y TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad), los expertos señalan que afecta al 5% de la población infantil. Hasta este año, la mayoría de universidades públicas no disponían de protocolos de ayuda a este colectivo. En el caso de la Complutense, fue el pasado mayo cuando se empezaron a ofrecer sesiones personalizadas para enseñar técnicas de estudio, adaptaciones de los exámenes con enunciados mucho más claros o tiempo extra, unos 20 minutos, para la realización de las pruebas. También un 50% de tiempo extra para los préstamos bibliotecarios. 

"Hemos reaccionado a la demanda. En los últimos años ha crecido el número de estudiantes que han solicitado una adaptación de la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU) por problemas relacionados con el aprendizaje", cuenta María Antonia Durán, coordinadora de la Oficina para la inclusión de personas con diversidad de la Complutense. De los 55 estudiantes con TDAH que lo solicitaron en 2013, se ha pasado a 200 en 2016. "Hay una imagen generalizada de que son vagos y de que tienen un problema de disciplina. Falta sensibilización por parte del profesorado y ese es ahora uno de nuestros retos", explica Durán.

 ¿Qué es el TDAH? "Es un trastorno del neurodesarrollo, y los que lo sufren tienen un 33% menos de madurez cerebral que otras personas de su misma edad", explica Rafael Guerrero, profesor de la Facultad de Educación de la Complutense y autor del libro Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad. Entre la patología y la normalidad. Se dan tres síntomas claros: impulsividad (dificultad para gestionar las emociones), problemas para mantener la atención y, en algunos casos, hiperactividad (necesidad de movimiento constante). Existen tres cerebros: el reptiliano -el más primitivo e instintivo-, el emocional -que codifica las emociones-, y el racional -también llamado corteza prefrontal, que es el que gestiona a los anteriores y toma las decisiones. "En el caso de las personas con TDAH, la corteza prefrontal, que actúa como director de orquesta del cerebro, no es capaz de gestionar de forma adecuada los impulsos y las emociones. Carecen de filtro", aclara Guerrero. 

 El TDAH es, según Guerrero, uno de los trastornos en el que los síntomas son más criticados y estigmatizados, especialmente en el entorno académico. "Se dice de ellos que son impulsivos y se ganan etiquetas de nunca se entera o siempre mete la pata. Incluso se piensa que son maleducados o malas personas", señala. 

 Uno de los problemas principales es el desconocimiento por parte del profesorado. "Tienen que entender que este trastorno afecta, entre otras, a la memoria operativa. Por ejemplo, en el cálculo matemático les cuesta mantener los datos, operar con ellos y procesarlos", explica. La narración es otro de sus puntos débiles. "Les cuesta seguir el hilo narrativo, leen dos páginas y retienen poco, les resulta complicado extraer conclusiones". Por ese motivo, tienen dificultades para automotivarse y requieren más estímulos por parte del profesor. 

 En muchos de los casos, es el propio universitario el que decide no comunicar el trastorno por miedo a ser etiquetado. "Llegan a la Universidad después de un recorrido escolar muy frustrante. Si ellos no acuden a los servicios de orientación, es difícil detectar que sufren ese trastorno". La hiperactividad, que es uno de los síntomas más palpables, disminuye con la edad, señala el estudio Trastorno por déficit de atención con hiperactividad en adultos, de la Universidad Autónoma de Barcelona. En cambio, la inatención y la impulsividad perduran en el tiempo. 

 Otras universidades 

 En el caso de Cataluña, de los 46 estudiantes con TDAH que solicitaron una adaptación de la PAU en 2011, se ha pasado a 237 en 2016, cinco veces más, según datos de la Secretaría de Universidades e Investigación de la Generalitat de Catalunya. Precisamente en el curso 2010-2011 se registraron los primeros cuatro alumnos con TDAH en la Universidad de Barcelona (UB). El curso pasado era 41 y este ya suman 34. 

 "Les ofrecemos recursos similares que a los alumnos con certificado de discapacidad, pero para los TDAH no existe un protocolo específico", señala Jordi Molina, responsable del servicio de atención al estudiante de la UB. Tras entrevistar y valorar a los alumnos afectados por este trastorno, realizan un informe que luego pasan al profesorado en el que se hacen recomendaciones como secuenciar el ritmo de las actividades, promover tutorías para motivar al alumno y prestarle una atención continuada. Se les concede un 25% de tiempo extra para la realización de exámenes. 

 A diferencia de otras universidades, la Universidad de Murcia aprobó el pasado mayo un protocolo de obligado cumplimiento para los profesores en el que se establece que los estudiantes con TDAH disponen de más tiempo para la entrega de trabajos, de un 25% de tiempo extra para los exámenes, ubicación en las primeras filas del aula (para evitar distracciones), una redacción más clara de las preguntas, una fragmentación de las pruebas largas en varias sesiones y cierta permisividad con las faltas de ortografía, especialmente los acentos.

 "El número de universitarios diagnosticados con TDAH está aumentando por el trabajo efectivo que se está haciendo desde los institutos. La Ley solo nos obliga a hacer adaptaciones curriculares para los alumnos con discapacidad, los que tienen problemas de aprendizaje están en un limbo y dependen de la buena voluntad de la universidad y el profesorado", apunta Antonio Pérez, responsable de la Unidad de Atención a la Diversidad de la Universidad de Murcia.

LOS ESPEJOS EN LOS QUE LA LITERATURA SE MIRA

De Narciso a Blancanieves, de Valle Inclán a Borges, el objeto que devuelve la imagen ha sido esencial en la escritura. Andrés Ibáñez refleja en una antología esa obsesión



La literatura está plagada de miles y miles de objetos, necesarios para recrear los mundos que proponen los escritores. Ninguna lista de los más habituales o relevantes, si tal cosa existiese, podría omitir el espejo. En el fondo, representa más que un simple objeto: es otro mundo. Su presencia, a lo largo de miles de obras, ejerce un gran poder de atracción, y emana un extraordinario misterio. Reflejan, ocultan, mienten, deforman, confiesan… “Espejos: jamás, a sabiendas, todavía se ha dicho / lo que en vuestra esencia sois”, escribe Rilke en los Los sonetos a Orfeo, como recuerda el crítico y escritor Andrés Ibáñez, que desde su juventud persigue espejos a lo largo de cuentos, poemas, novelas u obras históricas de toda época. El resultado de esa obsesión tan particular es la publicación de A través del espejo (Atalanta), una antología de textos que tratan el tema del espejo, de por sí inagotable. Marcel Schwob, H.P. Lovecraft, Virginia Woolf, Isaac B. Singer, G. K. Chesterton, Goran Petrovic, Borges, Allan Poe, Walter de la Mare, Angela Carter, Bioy Casares o Giovanni Papini son algunos de los autores en cuyos textos el espejo ejerce una poderosa influencia.


En un extenso prólogo por el que también desfilan los reflejos de San Juan de la Cruz, La Fontaine, Bulgákov, Lewis Carroll, Alfred Tennyson, Charles Perrault o Roberto Bolaño, el autor se remonta a las mitologías de la antigüedad, y cómo el significado del espejo, y cuanto muestra, fue cambiando a medida que avanzaban los siglos. El material reunido es riquísimo, inabarcable. De hecho, Ibáñez se vio obligado a dejar la poesía fuera de su selección para que “el laberinto de espejos no creciera en exceso”. Apenas se salva el libro tercero de Las metamorfosis de Ovidio, donde el poeta romano recrea el mito de Narciso, que se asoma a un estanque, y enfrentado a un espejo de agua, se enamora de su propia imagen. Por otra parte con fatales consecuencias, pues cae y se ahoga, como siglos más tarde le ocurre a la protagonista de El espejo de Lida Sal, un relato de Miguel Ángel Asturias en el que una muchacha, en busca de un espejo para contemplarse con su traje de boda, se asoma a un risco sobre el mar, cae a las olas y se ahoga en su propio reflejo. 

El reflejo, a veces, habla, como en Blancanieves, donde la mujer que el rey toma por esposa, fascinada por su belleza, posee un espejo mágico al que de vez en cuando pregunta “¿Quién de este reino es la más hermosa?”. El romanticismo, en el que se integra el cuento de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, fue fértil en espejos. En parte, “por la importancia que adquiere el tema del doble”, cuyo introductor, Jean Paul Richter, no sólo acuñó el concepto doppelgänger para referirse a ese segundo yo, sino que creó una galería de personajes que sufrían “un terror enfermizo a contemplar su propia imagen”. Su literatura sirve de introducción a dos clásicos de la época, E.T. A. Hoffmann y Edgar Allan Poe, de quien Ibáñez recupera William Wilson, un relato en el que su protagonista conoce en su juventud a otro William Wilson parecido a él, incluso nacido en la misma fecha, y que desaparece y reaparece a lo largo de su vida, hasta que un día, durante una fiesta de disfraces, lo ataca y un espejo le devuelve su propio “semblante pálido y manchado de sangre”.


Borges se encontraba a menudo en sus relatos también con otros Borges. “Bien conocida es su obsesión con los espejos", que en el fondo está relacionada, subraya Ibáñez, con la obsesión por la noche y la ceguera, “pero también con otro tema central en su obra: la obsesión por ver el propio rostro”. En El Aleph, el narrador ve “todos los espejos del planeta” y ninguno le reflejó, dice. Tlön, Uqbar, Orbis Tertius arranca también de modo revelador: “Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor…”. Ibáñez selecciona El espejo de tinta y El espejo y la máscara, donde los espejos se proyectan con una presencia también inquietante. La que, por otra parte, tuvieron en la vida de Borges, que en uno de los poemas de El hacedor reconoce: “Hoy, al cabo de tantos y perplejos/ años de errar bajo la varia luna,/ me pregunto qué azar de la fortuna/ hizo que yo temiera los espejos”. 

 De Oriente a Occidente, de la antigüedad a la modernidad, la literatura recrea espejos capaces de desencadenar los acontecimientos más inesperados. Quizá por eso Ibáñez deja para el final el texto de Jurgis Baltrušaitis sobre los espejos ardientes de Arquímedes, y que funciona como un “pequeño tratado de ciencia ficción antigua”. ¿Existieron en verdad esos espejos? La leyenda aparece recogida por primera vez en el siglo XII, en las Crónicas de Joannes Zonaras, que relata cómo Arquímedes hizo colgar de las murallas de Siracusa espejos de metal que, golpeados por los rayos del sol, quemaban los barcos romanos. En el siglo XVII la literatura científica de Descartes y Mersenne demolió “metódicamente la leyenda”, pero cien años después, el conde de Buffon, Georges Louis Leclerc, realizó experimentos que demostraban que se podía quemar madera a una distancia de 400 pies.