martes, 26 de abril de 2016

SE DUPLICAN LAS ATENCIONES A ADOLESCENTES CON PROBLEMAS DE CONDUCTA EN GIPUZKOA

172 jóvenes y sus familias recurrieron a la asociación Gaztedi para recibir apoyo terapéutico
No crece la conflictividad, pero sí el grado de sensibilidad y la información para pedir ayuda, sostienen desde la entidad con sedes en Donostialdea y Bidasoa


Una cosa es la rebeldía que se desata en la adolescencia, una etapa compleja por definición, y otra, los conflictos con letras mayúsculas que desbordan a las familias. Agresividad, violencia hacia los padres, acoso escolar, consumo de drogas, aislamiento social, horarios descontrolados... son algunos de los problemas que cruzan a diario las puertas de la asociación Gaztedi, creada en 1994 para dar apoyo a esos menores que han traspasado los límites y a sus familias. El año pasado 172 jóvenes de entre 12 y 18 años recurrieron a la entidad para intentar ver la luz al final de ese túnel. Fueron 100 casos más que en 2014, un incremento llamativo que podría dejar entrever una mayor conflictividad entre los jóvenes, pero que en realidad se debe a «una mayor sensibilidad» a la hora de pedir ayuda. En lugar de guardar silencio o mirar hacia otro lado, cada vez más familias se deciden a afrontar el problema.

 El boca a oreja es la mejor publicidad del trabajo terapéutico que viene realizando la asociación, compuesta por voluntarios. La cercanía y el mayor conocimiento de los recursos que ofrecen, dicen, están sirviendo para reconducir muchos problemas de conducta que, de no recibir el abordaje adecuado, podrían desembocar en situaciones aún más graves.

 La coordinación con los colegios, el lugar donde a menudo cristalizan esas conductas negativas, también está dando sus frutos, indican desde la asociación, que además trabaja de la mano con los servicios sociales y los juzgados, desde donde les derivan casos, aunque en menor medida. «Hay más información en general y eso es bueno para detectar un problema que va más allá de un mal comportamiento y que necesita ser atendido correctamente», resume Raúl, uno de los terapeutas de Gaztedi. 

¿Cómo saber si el comportamiento rebelde de un adolescente es pasajero o realmente supone un problema que necesita ser tratado? No existe un retrato robot, pero sí situaciones comunes compartidas entre las familias y sus hijos que se deciden a lanzar un SOS. De las personas atendidas el año pasado en la asociación se desprende que la mayoría son chicos, aunque crece de forma significativa la demanda de apoyo por parte de las chicas. La mayor parte provenía de Donostialdea y Bidasoa, que es donde Gaztedi posee sus locales (Donostia, Errenteria, Irun y Lasarte-Oria). Casi todos llegan acompañados de sus padres, «aunque el año pasado tuvimos algún caso que acudió solo». Son la excepción y sus historias están ligadas a un relación padre-hijo donde los roles están invertidos. «Suelen ser chicos cuidadores de sus padres que ya no pueden más», describe Raúl. Salvo estos casos, lo habitual es que sean los menores quienes presentan los trastornos de conducta, a menudo «síntomas de otros problemas que son en realidad el origen de todo».

 La demanda de ayuda no suele coincidir siempre con los problemas que afloran en las sesiones de terapia, pero sirve de pista para empezar a tirar del hilo y llegar al fondo de la cuestión. La existencia de conflictos dentro de la familia y el consumo de drogas fueron los dos asuntos más mencionados por las personas que recibieron apoyo de Gaztedi el año pasado. La asociación llama la atención sobre el aumento de agresiones hacia los padres, la llamada violencia filioparental, un problema que también mantiene en alerta a los servicios policiales y jurídicos. En 2014, por ejemplo, la Ertzaintza instruyó en Gipuzkoa 264 atestados por este tipo de violencia. En casi la mitad de los casos (47%), el drama se quedó dentro de los hogares una vez que los agentes abandonaron la vivienda. En Gaztedi intervinieron el año pasado en seis casos, pero el dato tiene que interpretarse en su contexto. «La cifra corresponde a la demanda explícita, es decir, a aquellos casos que llegan y manifiestan el problema. Pero no es un dato real, ya que muchos padres viven con cierta vergüenza el hecho de ser agredidos por sus propios hijos o bien minimizan la cuestión orientándola como un chico agresivo, con malos comportamientos.... Los padres y las madres creen que, eliminando otros comportamientos, desaparecerán posibles chantajes y agresiones hacia ellos». 

 Educar en la frustración

 La escasa tolerancia a la frustración no ayuda, afirman. «Muchos padres no educan en la frustración a sus hijos que, en algunos casos extremos, acaban expresando el problema con comportamientos negativos, casi antinaturales, como agredir a sus padres. Siempre suele ser a la figura que más quieren, pocas veces a los dos». 

 El aumento de atenciones por casos de bullying también destaca en el balance. Ocho víctimas que han sufrido acoso escolar recibieron apoyo el año pasado, el doble que en 2014. Desde Gaztedi remarcan que el bullying «no es una agresión o una pelea entre dos alumnos. En el acoso escolar siempre hay alguien que sufre la intimidación de forma sistemática». En los datos, por otro lado, no están recogidas las atenciones a acosadores que también pueden acudir a la entidad para reconducir su situación. «En un primer momento buscan un razonamiento. Desde la distancia emocional aluden a hacerlo 'porque me ha provocado', lo que les sirve como causa exculpatoria. Otros dicen que lo hacen de broma, para pasar un buen rato y reírse a costa de denigrar a otro». 

 Hacer recapacitar a los adolescentes no se logra de la noche a la mañana. El tiempo medio de terapia ronde los seis meses. Las sesiones se realizan de forma individual y en familia, una vez por semana o cada quince días. Ocho de cada diez casos (138 chavales en total) terminaron el programa con el objetivo cumplido. Otro 32 adolescentes que empezaron en el programa continúan con la terapia. Dos más abandonaron y otros dos fueron derivados a otros recursos. En un solo caso se dio por imposible lograr los objetivos propuestos.

 La confianza con el terapeuta es clave para que se obre el 'milagro', sostienen desde Gaztedi. «A cada familia se le asigna un terapeuta. Lo primero es crear un vínculo, que el adolescente y sus padres se vean en un espacio seguro, que estén convencidos de que el recurso les va a servir de ayuda. Solo el hecho de que vengan ya es un paso adelante», subrayan.

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