miércoles, 27 de abril de 2016

EN UN LUGAR DE LA HISTORIA

Miguel de Cervantes fue un superviviente nato, pero su biógrafo Jordi Gracia rechaza la leyenda de que tuviera que acostarse con un mandatario turco para salvar la vida durante su cautiverio en Argel

 El autor de ‘El Quijote’ tuvo una vida accidentada como soldado y hombre de letras, aunque no se convirtió en un amargado



Miguel de Cervantes tuvo una vida azarosa. Hombre de armas y letras, era un superviviente nato. Salió airoso de un secuestro, conoció lo que era la vida en presidio y, como Alonso Quijano, su hidalguía se traducía en una parca hacienda. Pero estas penalidades no le convirtieron en un renegado. Jordi Gracia, profesor de la Universidad de Barcelona y ensayista, cree que el mérito del autor de ‘El Quijote’ es combinar la ironía y la desacralización de las certezas dogmáticas. “Las verdades limpias, puras e impolutas desaparecen del horizonte de un señor de sesenta años que sabe perfectamente que casi todo tiene dos caras, lo cual no quiere decir que se convierta en un cínico ni en un relativista radical. Cervantes reeduca sus convicciones y las hace racionales”, dice Gracia, que acaba de publicar ‘Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía’ (Taurus). 

 Nacido en Alcalá de Henares en 1547, Cervantes fue soldado por “vocación y convicción” en Lepanto, intentó escapar cinco veces de Argel después de ser capturado por piratas berberiscos, ejerció de comisario de abastos para requisar el trigo y el aceite que necesitaba la Armada y fue recaudador de impuestos para la Hacienda pública durante diez interminables años.

 Son sólo algunos de los hitos que jalonan la vida de un Cervantes que buscó a toda costa la seguridad económica que le reportaría un empleo en las Indias. El sol en Andalucía era cruel. Y su trabajo como comisario de abastos le llevaba a frecuentes y agotadoras peleas con los concejos municipales. Pero ese errar por tierras andaluzas fue providencial, pues allí conoció a gentes de toda laya que luego saldrían magistralmente retratadas en sus libros.


“Se interesa por ámbitos sociales que no pertenecen a la literatura: gentes del hampa, ladronzuelos, golfos, putas, presidiarios y gamberros, que son los que dan esa alegría a la literatura de Cervantes en ‘El Quijote’ y también, por supuesto, en las ‘Novelas ejemplares’. Recrea a esos personajes con simpatía, sin voluntad de sermonear”. 

 Tentativas de fuga 

 Como cautivo en Argel, Cervantes llevó a cabo cinco tentativas de fuga. ¿Cómo es que no recibió entonces ningún castigo severo ni fue asesinado? Algunos invocan la hipótesis de que el escritor yació con algún mandatario turco para sobrevivir. Tal conjetura es descabellada para el experto. “¿Quién iba a acostarse con un señor de treinta tantos años con la mano averiada y fea, cuando lo podía hacer con niños y chavales, que para eso eran secuestrados?”. 

Según el cervantista, había razones más plausibles para entender por qué Cervantes no fue empalado como muchos otros. Gracia arguye que Cervantes valía más vivo que muerto, pues por su rescate podían sacarse 500 ducados. “Matarle hubiera sido un negocio ruinoso”, arguye el profesor. Aunque Cervantes no era hombre de posibles, los piratas sí le tenían por caballero. Cuando fue capturado llevaba sendas cartas de recomendación de dos ilustres nobles: don Juan de Austria y el duque de Sesa y Terranova, virrey de Sicilia. Una circunstancia que hizo pensar a los berberiscos que habían atrapado a un hombre de familia adinerada. Pero además hay que tener en cuenta el predicamento del autor de ‘El Quijote’ entre los otros rehenes. “Cervantes se había ganado el respeto de los caballeros de verdad. Asesinarle hubiera podido causar una sublevación entre los otros cautivos, que entenderían el crimen como una monumental injusticia”. 

 Para Gracia, Cervantes merece recordarse no sólo por ‘El Quijote’. No en balde es el creador de novelas extravagantes, carentes de argumento, como ‘Rinconete y Cortadillo’; de ‘Viaje del Parnaso’, un guiñolesco retrato de la sociedad literaria de su tiempo, y de ‘Los trabajos de ‘Persiles y Segismunda’, terminada a las puertas de la muerte en 1616 y que el autor consideraba su obra cumbre. 

 ‘Best seller’ 

 Con tales escritos, el inventor de la novela moderna quiso tomarse el desquite y enmendar la plana al mundo de la academia y la nobleza, que recibieron con notorio desdén las andanzas de su ingenioso hidalgo. “‘El Persiles’ se ajusta a la jerarquía más alta de la literatura de su tiempo: la novela de aventuras griega, bizantina, la novela redimida por la fe, la novela que acaba en Roma, con una visita al Santo Padre”. 

Pese a la frialdad de las gentes de postín, ‘El Quijote’ fue un ‘best seller’ en su época. En solo un año se hicieron tres ediciones, y dos clandestinas. “Escribe un libro que puede leer cualquiera. Estoy seguro de que Cervantes, mientras acababa, ‘El Quijote’, leía en voz alta a su hija, a sus hermanas, a su mujer, en su casa, en Valladolid. Lee trozos y la gente se troncha de risa”. La biografía pretende reconstruir el proceso mental que llevó a Cervantes a escribir un artefacto literario que era revolucionario. Porque el autor de las ‘Novelas ejemplares’ debe su grandeza a un invento prodigioso. Con ‘El Quijote’, en plena madurez, “encontró en la novela el taller de la ironía y la libertad para contar la realidad”.


¿Fue Cervantes un hombre bronco? A juicio de Gracia era “pugnaz y peleón”. A los 20 años, en 1569, el escritor hirió con la espada a un maestro de obras y las autoridades emitieron una orden para prenderle. No se sabe con certeza qué ocurrió, pero probablemente huyera a Italia para enrolarse en los Tercios. Formaba parte de lo habitual que las familias con pocos recursos entregaran a sus hijos a la soldadesca.

 "Ideales redentores"

 Como hombre de su tiempo y servidor de Felipe II, el de Alcalá de Henares estaba convencido de las vilezas del “turco infiel” y “el perro moro”. Esos ímpetus se atemperaron con la madurez y la vejez. “Ve que la realidad no tiene nada que ver con los ideales redentores, ni con el Imperio con mayúsculas”.

 Con 37 años se casó con Catalina de Salazar, a quien casi doblaba la edad. Con 19 años, Catalina era una muchacha que había quedado huérfana de padre y que tenía algunas propiedades en Esquivias, un pequeño pueblo de Toledo. Es indudable que Cervantes contrajo matrimonio para mejorar su posición social. Meses antes había tenido una hija, Isabel, fruto probablemente de un encuentro sexual con una tabernera. “Apenas unos meses después de nacer la niña él se casa con Catalina, a la que acaba de conocer. Y seguramente la conoce a través de la viuda de un amigo suyo, Pedro Laínez. Tampoco es tan raro. Lo normal era que los señores, cuando alcanzaban la madurez y llegaban a la cuarentena se casaran con chicas de 15, 16 o 17 años. Cervantes es uno más”. 

 Muy traumático fue su paso por la cárcel en dos ocasiones. La primera, en Castro del Río (Córdoba), por vender trigo sin autorización y la segunda, en Sevilla, por irregularidades en las cuentas. Acusado de apropiarse de dinero público, el escritor no se cansó de reivindicar su inocencia y considerar injusta la pena. Para Gracia, el poeta y prosista tenía razón. “Podían buscarles las cosquillas por una cantidad muy pequeña, pero no por los dos millones de maravedíes de que habla el juez de Sevilla. A nadie se metía en la cárcel por la cantidad que adeudaba Cervantes”. 

 El biógrafo está persuadido de que Cervantes no alcanza a concebir la magnitud del libro que está escribiendo. Es más, al principio piensa en hacer un texto breve, como una ‘Novela ejemplar’. Conforme se va desplegando la escritura, el escritor toma conciencia de que tiene entre manos algo más grande. 

 El creador de Sancho Panza acabó sus días “justito de dinero”. Entonces la literatura no hacía millonario a nadie, tampoco a Lope de Vega ni de broma. Se peleó con su hija Isabel porque no le gustaron las trampas y engaños que ella había puesto en marcha. “Es muy probable, casi seguro, que llegara a morir en una casa casi de prestado, alquilada por uno de los cargos importantes de la Orden Tercera de los Franciscanos, que le protegió y le cedió, quizá, un espacio en el centro de Madrid”.

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