lunes, 25 de abril de 2016

PROFESORES LISTOS, ALUMNOS TONTOS


Siempre he sentido atracción por Cursos o Talleres que despierten la inquietud intelectual, espiritual o lúdica aunque no siempre he sabido elegirlos con acierto. La verdad es que he metido la pata descaradamente fantaseando con lo que imaginaba que serían las cosas para acabar descubriendo que algunos de estos cursos me habían enredado con sus cantos de sirena para acabar demostrándose que detrás de la publicidad no había otra cosa que “vendedores de humo”. Pero ya digo, la culpa ha sido siempre mía por tener más deseo y ganas de ocupar el tiempo libre, sobre todo al prejubilarme, que buen criterio. Otros cursos, para equilibrar la balanza, aportaron a mi aprendizaje y desarrollo un buen puñado de satisfacción en forma de conocimientos. 

 En el primer apartado, el frustrante, –voy recordando- destacó un Taller de Realización Personal (o algo así) impartido por un señor que resultó ser proselitista del gnosticismo –bien que se ocultaba ese “detalle” en la publicidad- y que pretendía imponer a los asistentes unos modos atrabiliarios inadmisibles en estos tiempos amen de obligarnos a descalzarnos y ponernos unas zapatillas viejas y usadas preparadas al efecto; toda una experiencia surrealista. También pasaron de refilón por mi vida un par de gurús espiritualoides que ofrecían charlas meditativas o de realización personal –previo altísimo pago- que me reafirmaron que “el peor ejemplo es el mejor ejemplo” puesto que destilaban un arrogante discurso sin tan siquiera disimularlo: tan sólo les faltaba levitar y a los “discípulos” hacerles reverencias. Tampoco olvidaré el Curso de Cocina en el que el “presunto chef” metía la cuchara en la cazuela y dejaba sus babas por doquier, se rascaba la cabeza mientras cortaba pimientos y cuyos guisos daba repelús probar porque habías presenciado lo que hay realmente en los fogones cuando no están las cámaras de televisión delante. Añadiré a los fiascos un Curso de Arte impartido por una artista de nombre o renombre que tomaba como referente del resto del arte su propia creación; en temas creativos sería difícil olvidar a una escritora que pretendía “enseñar a escribir” y que no tenía paciencia, empatía ni amabilidad con los alumnos. A mí personalmente me dijo que no aprendería nunca a juntar sujeto, verbo y predicado con acierto y no se lo niego; a la vista está que cualquiera puede escribir…aunque sea un blog. El broche de oro fue un Curso de Psicoanálisis que casi me cortocircuita las neuronas ya que el profesor –tituladísimo- se pasaba la clase escribiendo esquemas en la pizarra de espaldas al personal y dando por sentado que podíamos seguir el hilo de sus abstrusos y eruditos referentes, olvidando que era un curso divulgativo para personas de mediana cultura y no para doctorandos. 

 En el segundo apartado, el positivo y satisfactorio, recuerdo con agrado los cursos de Inteligencia Emocional impartidos por unas psicólogas jóvenes y pacientes, los de Arte Contemporáneo que daba un Licenciado en Historia del Arte que ayudaba a descubrir al artista durmiente que puede habitarnos a cualquiera y los de Intervención Sistémica que removían las entretelas y me enseñaron a “desaprender para aprender”. 

 De los del primer grupo salí por piernas en cuanto me di cuenta de que sacaban lo peor que había en mí en vez de lo mejor, dando mi dinero por perdido, ya que la opción cuando no estás conforme con algo en estas materias es marcharte sin derecho a reclamación; no es como en un restaurante que dices: oiga, este plato sabe raro y no te lo incluyen en la cuenta o te lo cambian por otro. Tengo que ser honesta con mi descontento: no puedo echarle la culpa al profesor porque supongo que yo también he perdido con los años la capacidad de entender. 

 Pero este curso 2015/2016 he hecho doblete, he rizado el rizo de mis posibilidades de aprendizaje intelectual, forzando la máquina (mental) de una forma que –ahora lo veo- ha sido equivocada. Primero me apunté a un curso de Filosofía, partiendo de Heidegger y siguiendo con Lacan. Me gusta la filosofía, incluso los filósofos duros y no aptos para cualquiera, pero me lancé a ello creyendo que el esfuerzo merecería la pena y, luego lo vi, sobrevalorando mi capacidad intelectual. La pena de verdad ocurrió cuando me apercibí de que no podía seguir el hilo al profesor debido a que las lecciones magistrales consistían en presuponer que los alumnos acudíamos a las clases provistos de un nivel de conocimiento alto o muy alto, tirando a altísimo. Es decir, que yo personalmente, no estaba a la altura. Así que pedí, por favor, que se me permitiera cambiar de curso (para aprovechar los buenos dineros pagados anticipadamente) y tuve que explicar humildemente que me había equivocado al elegir un Curso por encima de mis posibilidades. Hubiera sido injusto insistir en que el profesor era prolijo, abstruso y rebuscado en explicaciones que me llevaban a extraviarme en las farragosas exposiciones garabateadas en una pizarra, de espaldas a los alumnos casi siempre, (de nuevo) y que las preguntas surgidas parecían ser consideradas como una cuestión personal ya que eran respondidas con una contenida y no siempre disimulada agresividad. Ahí tuve que agachar la cabeza por decisión propia y no tomarme como personal una forma de impartir las clases que, todo hay que decirlo, estaban perladas de comentarios sexistas y “tacos”. Sí, tacos, como si la educación y las buenas formas estuvieran reñidas con la filosofía. 

 Ya medio desesperada conmigo misma, con la autoestima boqueando, me permitieron apuntarme al único curso más o menos “intelectual” que tenía plazas libres como opción de cambio. Ahí me encontré con una profesora que, provista de unos dvd’s del año de la pana y apoyada en un power-point de bachillerato y leyendo textualmente unos apuntes básicos (que la wikipedia mejoraba en cuanto hacías una consulta), contaba la historia que tenía que contar como si fuéramos chavales de la ESO en vez de talludos estudiantes. La cosa tenía su gracia porque –para colmo- si hacías alguna pregunta la respuesta era que “no interrumpieras porque le hacías perder el hilo” y te quedabas con tres palmos de narices. Así que me fui –definitivamente- con las orejas gachas a mi casa, no sabiendo si es que ya estoy para el derribo intelectual o es que cualquiera puede ser profesor y dar clases aunque no empatice, ni sea amable con los alumnos y exprese sin disimulo alguno sus nervios o cansancio pedagógico. 

 Obviamente, esta es mi vivencia personal de la que he tenido que sacar la lección correspondiente que, con pena lo digo, ha quedado muy lejos de la materia lectiva por la que pagué por anticipado el curso entero a Donostia Kultura. Quizás el chiste esté en que “cultura” lo escriben con “k”; y el que avisa no es traidor… 

 En fin.

 LaAlquimista 

 Por si alguien desea contactar: apartirdeloscincuenta@gmail.com

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