martes, 15 de marzo de 2016

DE LA "A" A LA "Z"

De América a zarrapastroso pasando por dinero o fútbol, 27 lingüistas y escritores de las dos orillas del Atlántico retratan un idioma que pone distintas músicas a las mismas letras



A: AMÉRICA Nos tocó en suerte llamarnos América en honor a un personaje ambiguo e incierto, un tal Américo Vespucio que bien pudo haber sido espía, fabulador, tratante de esclavos o comerciante, y de cuyos dudosos hechos el más improbable es que alguna vez haya realmente visitado el Nuevo Mundo. Vaya capricho del destino, con tanto viajero ilustre y descubridor insigne que en efecto nos puso encima la bota. Y pensar que por Rodrigo de Triana, el jovenazo que de primeras nos divisó y señaló con el índice, hubiéramos podido llamarnos más bien La Trianera. Bartoloma o La Bartola, y en el peor de los casos El Caserío, por Bartolomé de las Casas. Cristosfera por Cristóforo, o de una buena vez Colonias en derivación de su apellido. La Cortesana por Hernán Cortés. La Pizarra por Francisco Pizarro. La Gonzalona, Jimenea o Quesería por Gonzalo Jiménez de Quesada. Esos al menos hubieran sido nombres anclados en la historia. Pero no. Nos ganamos porque sí el apócrifo pero sonoro nombre de América. Laura Restrepo, escritora colombiana, autora de Pecado (Alfaguara).

 B: BIBLIOTECA Sitio que aloja la memoria de una sociedad o de un lector (hable español o cualquier otra lengua). El arquetipo de toda biblioteca es la mítica Biblioteca de Alejandría, de la cual no sabemos casi nada, salvo su famosa ambición de coleccionar todos los libros del mundo. Las responsabilidades de una biblioteca son: atesorar documentos (no solo libros) sin meramente acumularlos, clasificar racionalmente tratando (en lo posible) de no censurar lo que clasifica, ser generosa, facilitar a todo lector (con las precauciones necesarias) el acceso a sus fondos, merecer la lúcida advertencia que llevaba sobre su pórtico una antigua biblioteca de Egipto: “Clínica del alma”. 

CHE Che es de esas melodías que se meten en la sangre desde pequeños, como el mate y el tango, y que se incorporan a la cultura con naturalidad. Una muletilla telúrica que sirve para llamar, reprender, agradecer, compartir. Una expresión lo suficientemente flexible como para expresar intenciones opuestas. Pero sobre todo es una expresión de pertenencia. Si puedo decirte che es que un grado de confianza estamos creando. Es como compartir un mate. La distancia se estrecha y es más probable que podamos entendernos. Yo personalmente me pongo más porteño cuando estoy fuera de mi país. Y poder decirle a alguien che me ayuda a sentir que hablamos el mismo idioma. Y mucho más cuando veo que alguien de otro país la adopta. Seguramente en su sonido hay algo directo y un poco irrespetuoso. Como un salto al vacío de la comunicación. Un permiso violento de imprimir complicidad. Y sin duda es una expresión que nos acompaña y trasciende las generaciones. En un país tan voluble a la invasión cultural, el che es una trinchera inconsciente de nuestra identidad.

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