lunes, 2 de mayo de 2016

"NIOURK", LA HISTORIA DEL NIÑO NEGRO QUE CAMBIÓ EL MUNDO

Olivier Vatine recupera la novela de Stefan Wul en tres tomos que Yermo Ediciones reúne en un integral


El sol cae sobre la tribu y los guerreros saben que sus vidas dependen del éxito de la próxima cacería. Los augurios no son buenos pero si el viejo hechicero está en lo cierto, el sacrificio del niño negro complacerá a los dioses. Es la Tierra y es el siglo XXV, pero la Historia dejó de escribirse hace tiempo, y el recuerdo llega hasta donde la memoria alcanza. Ya ninguno de sus pobladores sabe leer. Puede que el niño negro deba morir, pero puede que el niño negro tenga otros planes.

 Es 'Niourk', el cómic de Olivier Vatine (25 de abril de 1959, Havre, Francia), viejo conocido del aficionado por su trabajo en 'Aquablue', 'Las aventuras de Fred y Bob' o 'Lanfeust y los mundos de Troy', y que comenzó hace cuatro años la adaptación de la novela del mismo nombre escrita en 1957 por Stefan Wul, pseudónimo del escritor Pierre Pairault (27 de marzo de 1922, París - 26 de noviembre de 2003). Recordado en Francia como 'el poeta de la ciencia ficción', Wul perteneció a una época donde los mundos post apocalípticos eran la premisa para la mayoría de los relatos del género. Explicar qué había ocurrido para que el planeta se hubiera consumido, así como la descripción de las consecuencias de la catástrofe era, entonces, más relevante que centrarse en lo relativo al factor humano. Era una ciencia ficción más sencilla, más juvenil que la que vino después. Sin embargo, Stefan Wul sigue asentado hoy en su rol de referente entre lectores y autores galos y como derivación lógica, el cómic ha sido un lugar donde muchos de sus libros han encontrado una nueva y acogedora casa. 

 El niño negro 


 En 2012, Vatine publica 'El niño negro', primer tomo de la trilogía 'Niourk'. Así como la novela se divide en cinco partes y cuarenta y ocho capítulos, el cómic está cuidadosamente estructurado según los tres escenarios temporales y narrativos de aquella, porque es cierto que una de las críticas más habituales (y certeras) que siempre ha recibido el texto original son los saltos excesivos en su desarrollo. Hay que tener presente que, aunque la edición de Yermo recoge en un integral toda la obra, Vatine sabe que la salida en tiempos distintos de cada parte mitigará ese impacto inevitable; la adaptación, además, altera hechos del texto de Wul, pero siempre de forma menor y, probablemente, mejorando desarrollos que a finales de los cincuenta eran mucho más asumibles. 

 Desde el primer momento, y no es una novedad en Vatine, el dibujo deslumbra. Por desgracia, en muchas ocasiones las editoriales, en un afán de rebajar costes, reducen sensiblemente el tamaño con que fueron concebidas las planchas. La pérdida para el lector es entonces irreparable pero, por fortuna, no es el caso. La presente edición es extraordinaria, y cada página es un fresco donde el autor francés se postula como uno de los grandes de la bande dessinée actual. La composición, el ritmo narrativo es tan preciso que cada viñeta engancha al lector, le transporta a un mundo primitivo, lleno de poesía en su devastación. Wul hubiera quedado satisfecho.

 New York 

 Un año después llega a las librerías el segundo tomo, 'La ciudad'. Las prodigiosas panorámicas del artista se adentrarán ahora en las ruinas de New York, Niourk tal y como pronuncia el niño negro, de ahí el nombre del relato, y otro de los juegos de palabras a los que tan aficionado era Stefan Wul. 

 Los lápices de Vatine, en ocasiones acompañados por las oportunidades que le brindan las splash pages, páginas a viñeta única, engarzan las escenas de civilización muerta con las de tecnología agonizante y se convierten en otra explosión de talento. Primero la historia, luego el ritmo. Carlos Giménez, el gran artista padre de 'Paracuellos', 'España una, grande y libre' o 'Los profesionales', replicaba cuando se argumentaba que el trabajo del dibujante de cómics era en cierta forma ingrato, ya que una viñeta podía necesitar horas de trabajo que, luego, el lector consumía en menos de un segundo. Algo quedaba en el lector, lo necesario, replicaba. Lo cierto es que eso no pasa con Vatine, porque es muy complejo no detenerse más tiempo del necesario en algunas viñetas. 

 Y, claro, volverá a hacerlo en la tercera y última entrega, 'Alfa', tomo aparecido en 2015, nueva vuelta de tuerca de la ciencia ficción de aquellos años de Stefan Wul, donde los ingredientes más insospechados y locos iban a parar al mismo puchero.

 Ahí se completa el puzle, cada fragmento troquelado siguiendo un patrón de colores: negro, ocres, azules. Al final de 'Niourk', los colores llevarán al lector hacia un nuevo lugar. Olivier Vatine es un magnífico creador porque entiende el lenguaje del cómic. Cuando se cierra un álbum y cuesta devolverlo a la estantería, entonces resulta que ha merecido la pena. Cuesta devolver 'Niourk' a esa estantería.

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