martes, 24 de mayo de 2016

GRINDR Y LOS SENTIMENTALES

El escritor chileno Alberto Fuguet da un salto narrativo en 'Sudor', una novela gay sobre el mundo afectivo en tiempos de redes sociales y sobre el mundillo literario


Pocos años antes de que Alfaguara fuera engullida por Random House, el gran autor del Boom Rafael Restrepo Carvajal visita la Feria del Libro de Santiago de Chile para presentar, junto a su hijo Rafa júnior, un libro de fotografías (del hijo) y textos (del padre) sobre sus amigos famosos. Durante los cuatro calurosos días de octubre que el poderoso escritor pasa de promoción, Alf (Alfredo) Garzón, gay, de 41 años, editor de un sello de no ficción en el grupo Alfaguara, se ve obligado a hacerse cargo de Rafa júnior, poeta bohemio, fotógrafo, hemofílico, vulnerable y “puto”. 

 Es fácil reconocer en los Restrepo a Carlos Fuentes y su hijo Carlos Fuentes Lemus, siguiendo un método común en Alberto Fuguet (Santiago de Chile, 1964): extrañar la división entre realidad y ficción obligando a personas reales a convivir con personajes ficticios (o, en algunos casos, ni una cosa ni otra) en esa tierra de nadie que es la literatura del siglo XXI. Que Alf sea editor de no ficción y esté pensando escribir un libro autobiográfico titulado Sudor no deja de incurrir en el juego metaficcional, pero Sudor sólo en parte es un libro sobre la literatura y su “mundillo”. Es cierto que la gracia empática de Fuguet desmonta las estrategias de la fabricación del autor como marca registrada, ridiculiza la cicatería del medio, ajusta cuentas con algunas figuras del Boom y observa con rigor y humor la continuidad de las ambiciones en los escritores más jóvenes, citados con nombre y apellido. Pero el otro territorio del libro, quizá el más importante, nos adentra en la construcción de la sentimentalidad en tiempos de redes sociales: “Grindr [la mayor red social para homosexuales] indica que hay muchos tipos cerca que están alterados y duros por el calor. Cada edificio es un panal y cada uno tiene una abeja reina alfa que se ha follado a los de cada piso”.


Permítaseme un error por anacronismo útil para entender Sudor: si este libro se hubiera publicado hace 10 años, hoy sería una obra de culto de la literatura gay. Se habría evidenciado el carácter provocador y también habría sido leída como una novela de aprendizaje tardío: llegar a la facilidad, a la revolución sexual de las aplicaciones de Internet, a los 40 años. Pero hace 10 años no existía Grindr y su aparición ha normalizado tanto las relaciones casuales que la provocación parece una cosa añeja. No es una crítica a esta novela, sino una orientación del lugar que busca Fuguet: sinceridad y desnudez en la conformación de los afectos de este mundo hipersentimental y de apetitos rápidamente saciados. En ese sentido, es entrañable la relación entre Alf y varios amigos y parejas momentáneas, como su compañero de piso Valentín, heterosexual recién separado, y los diferentes roles que asumen en el sexo, aunque con la misma evanescencia (y en Sudor están excluidos los personajes femeninos, que tienden a la caricatura). 

 Fuguet ha dado un salto notable desde su anterior novela, No ficción (2015). Alf, si bien deliberadamente menor, o menos “personaje” (en el sentido que le damos a este epíteto cuando se lo aplicamos a alguien real), se codea con sutiles presencias de obras anteriores, como Alejo Cortés y Augusto Puga Balmaceda, escritores homosexuales que huyen del cliché y también tienen su protagonismo en este libro. Pero el principal avance de Sudor lo da la riqueza del estilo desor­denado de Fuguet, su sentido del ritmo, más ajustado que nunca, y la invención de una jerga repetitiva y eficaz. Una introducción en primera persona, rápida, digresiva y sedimentada, como si fuera un diario que se niega a “narrar” convencionalmente y que permite reflexionar sobre qué debe ser una novela en 2016. Una segunda parte a ratos excesiva y demorada, que incluye conversaciones en WhatsApp, Grindr, correos, alterna caprichosamente la primera y la tercera persona y hace desaparecer las marcas de los diálogos. Y un breve epílogo que retoma el control y cierra en clave sentimental. Quizá la exhaustividad es la principal pega que pueda ponérsele a Sudor. Aunque el lector sabe qué se pretende (entre otras cosas, dejar crecer a unos personajes emotivos, transmitir calor, abulia y un deseo que debe reinventarse a cada rato), le hubiera beneficiado cierta contención. Que la vida del protagonista sea monótona no excusa un excesivo coqueteo con la monotonía como recurso (en una novela de 600 páginas). Sabiéndose en la plenitud de su escritura, Fuguet se ha arriesgado a poner en guardia al lector, por momentos, y el resultado demuestra que no ha errado el tiro.

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