jueves, 21 de enero de 2016

CON UN PAR DE ACEPCIONES


El diccionario español tiene una palabra comodín que puede significar prácticamente cualquier cosa... y la contraria. ¿Adivinas cuál es?



Plaza Mayor de Salamanca. Taberna Cervantes. Varios jóvenes extranjeros, estudiantes de español, absorben la lección del día impartida por el veterano camarero. «¿Cómo está el jamón?», les examina. «¡Co-ho-nu-dou!», corean, levantando el dedo pulgar. Les encanta esta palabra rotunda, aunque sus laringes se atascan sin remedio al tratar de transformar esa 'h' aspirada en la 'j' sucia que raspa el paladar.



Si pronunciarlo les cuesta lo indecible -o sea, un cojón-, entender la amplísima variedad de acepciones que crecen y se ramifican a partir de esa raíz de cinco letras les haría merecedores de un 'cum laude' en español castizo. Una palabra soez y vulgar como ninguna, pero que toda España, del rey abajo, utiliza con profusión y soltura. Y lo más curioso es que nadie lo hace en su acepción original: 'testículo' (malsonante, aclara la RAE), sino en la segunda: 'interjección para expresar diversos estados de ánimo, especialmente extrañeza o enfado'. Y muchos más. Los fineses presumen de tener 40 palabras para describir la nieve en sus distintos estados y texturas; el castellano, en cambio, puede describir con una sola palabra una inmensa variedad de pensamientos.


La palabra será burda -de cojones-, pero para usarla adecuadamente en cada contexto hay que hilar muy fino, como están a punto de descubrir los alumnos del Cervantes. Si uno exclama «¡cojones!» no está pidiendo a cocina un plato de criadillas sino expresando malestar, irritación o sorpresa (en este último caso, el efecto se agudiza notablemente al trasladar el acento a la primera sílaba; prueben, prueben). Pero si le añade el artículo determinado, «¡los cojones!», entonces se convierte en una negativa tajante y definitiva. Emparedar la palabra entre interrogantes -«¿qué cojones haces?»- supone incorporar a la pregunta una exigencia perentoria. Y basta con anteponerle una humilde preposición para anunciar problemas muy serios -«aquí se va a armar una de cojones»- o disponer del argumento definitivo: «esto se hace por cojones». Y punto.

 Una de las asombrosas particularidades de este vocablo es que su número determinará su significado. El uno es una cifra realmente modesta, pero vinculada a la palabra de marras le confiere un alto precio -«ese reloj cuesta un cojón...»-, que se eleva a niveles estratosféricos si añadimos apenas cinco decimales: «...y la mitad del otro». Se podría pensar, siguiendo esta regla matemática, que el valor de tasación irá creciendo exponencialmente según se vayan sumando unidades a la ecuación: «pues el mío es de oro, me costó siete cojones...». Craso error: el número dos, por alguna misteriosa razón, desactiva esa conexión mercantilista para pasar a denotar, simplemente, valentía y arrojo en grado superlativo: «Tiene dos cojones» no quiere decir que es del género masculino sino que está dispuesto -¡o dispuesta, ojo!- a todo, igual que «le echó dos cojones», «con un par» o incluso «dos pares de cojones». Pero ¡cuidado!, si en vez del número dos o sus múltiplos sucesivos aludimos a una cifra indeterminada, el significado vuelve a mutar radicalmente: «Pepe le echa unos cojones...», decimos refiriéndonos a alguien tan gandul que es «vago de cojones». Hay quien gusta de magnificar el efecto utilizando el aumentativo: «Es un cojonazos...», e incluso abanicando figuradamente sus partes pudendas. 

 Pero sigamos con los dígitos para descubrir otra anomalía matemática: que tres puede ser igual a cero: «Me importa tres cojones» denota una absoluta indiferencia. Y si aumentas la apuesta al decir que «tienes muchos cojones para presentarte así, sin avisar», lejos de aludir a una extraña aberración genética expresas un claro reproche a su cara dura.

 ¿Complicado? Espera, aún no has visto nada. Dependiendo de quién sea el poseedor de los citados atributos, el mensaje variará radicalmente. «La cosa tiene cojones» no es una observación descriptiva de, por ejemplo, la estatua de un discóbolo griego, sino una muestra de sorpresa escandalizada. Del mismo modo, «¡qué cojones tienes!» no expresa asombro por unas gónadas lustrosas de tamaño XXL sino una evaluación del valor ajeno que, dependiendo del contexto, lo mismo puede suponer reproche o admiración. En cambio, si te espetan «no tienes cojones», te están retando a hacer algo arriesgado y ¡ay de ti si te niegas! Si un coche «va de cojones», tu cuñado «viste de cojones» o en un restaurante «se come de cojones», la apreciación es muy positiva. Pero si, en el más puro surrealismo, exclamas «¡manda cojones!», no estarás requiriendo un transportista sino mostrando exasperación en grado extremo. Es una palabra tan grande que en ocasiones no hace falta ni pronunciarla para llenar con su presencia la frase: «los tiene bien puestos», «ese se los pisa» o «me los has puesto de corbata» son ejemplos de esa casi infinita capacidad alegórica. 

 El uso continuado de la palabra ha limado sus aristas más escatológicas, incluso pornográficas, por las que ya nadie se escandaliza en nuestro país -a diferencia de Latinoamérica, donde alucinan de lo brutos que somos-. «Me sudan los cojones» es una frase de una grosería inaudita, pero la utiliza todo quisque y quien la oye sin inmutarse sabe que no está siendo partícipe de una confidencia sobre un problema de índole higiénica sino de la decisión de aceptar el destino con estoicismo. ¿Cabe mayor carga simbólica? Por supuesto. «Tú tócame los cojones» no es una abierta invitación al juego sexual, sino una advertencia de que nuestra paciencia se acaba. Y, para colmo de extravagancia, «no me toques los cojones» significa exactamente lo mismo. ¿Hay quien se aclare? 

 Y eso que hasta aquí sólo hemos utilizado el sustantivo. A poco que sepamos vestir con cierto gusto la raíz con un par de prefijos y sufijos, a modo de complementos, tendremos a nuestra disposición un amplio abanico de posibilidades añadidas. Pero ¡cuidado!, equivocarlos tendría unos efectos tan desastrosos como combinar cuadros y rayas. Veamos algunos ejemplos:
 Algo acojonante te admira, pero si eres tú quien se acojona serás digno de desprecio. Te descojonas con un buen chiste, pero si estás descojonado no te quedan ganas de reír, y si descojonas el chiste al contarlo conseguirás que nadie más se ría. Cojonudo es uno de los comodines del diccionario, válido para expresar un sinfín de percepciones de lo más diversas según el entorno ambiental, físico o espiritual. Lo que no se puede bajo ningún concepto -«el conceto es el conceto», nos advertía el inefable Manquiña en 'Airbag'- es sustituirlo por «pistonudo».

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por incluir mi blog de sintaxis como enlace. Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias a ti por el estupendo trabajo que has realizado y las facilidades que éste nos da a los profesores y alumnos.

    ResponderEliminar