sábado, 5 de noviembre de 2016

LA ESCRITORA DOLORES REDONDO GANA EL PREMIO PLANETA

La autora de la ‘Trilogía de Baztán’ se lleva los 601.000 euros con otro ‘thriller’



La 65ª edición del premio Planeta, número redondo, demandaba un nombre de relumbrón, pero que, a su vez, cumpliera los requisitos de la gran difusión y eso ahora lo garantiza la novela negra, el género de moda. Y además, como ya suele ser norma del galardón en sus últimas ediciones, a poder ser de alguien que ya sea de la casa. Y todo eso converge de manera espectacular en la escritora Dolores Redondo, uno de los últimos grandes fenómenos de la edición española con su Trilogía de Baztán (más de 400.000 ejemplares, editada en Destino, sello del grupo; ruta turística creada; película en ciernes...). 

En Todo esto te daré, la novela con la que ha ganado en Barcelona y se embolsó los 601.000 euros de dotación, Redondo no prosigue las aventuras de la policía foral protagonista de la trilogía, pero sí mantiene el tono de novela negra en la que un escritor famoso descubre, tras un accidente, la doble vida de su compañero. La obra finalista, para no desentonar en una velada que ha contado con la presencia de los Reyes de España y la plana mayor de la política española y catalana, también recayó en otro fenómeno: Marcos Chicot, autor de uno de los e-books en español más vendidos (El asesinato de Pitágoras), que, a rebufo de su gran éxito, vuelve a ambientar una trama a caballo entre la novela negra y la histórica en la Grecia clásica de los filósofos: ahora, El asesinato de Sócrates (150.250 euros). 

 “Tenía que tomarme un respiro y contar otra historia que llevaba mucho tiempo dentro de mí, seis años, una novela sobre la servidumbre al mal; el título es una proposición de codicia, palabras del demonio en el Evangelio", aseguró Redondo (San Sebastián, 1969) que finalizó hace poco más de un año Ofrenda a la tormenta, con la que cerró un ciclo iniciado en 2013. En realidad, en su nueva novela sólo ha dejado de la trilogía un cierto regusto por los fantasmales secretos familiares y una ambientación rural, si bien aquí se trata de un pueblo de Galicia (la escritora tiene ascendentes gallegos) y no del valle de Navarra. A aquella localidad llega un escritor tras las huellas de su compañero que ha sufrido un grave accidente. El percance desvela una supuesta doble vida del finado que intentará averiguar el escritor, apoyado en un guardia civil retirado y un cura amigo.

 La obra siembra las sospechas en todo el mundo, muy al estilo de las obras de Agatha Christie, una de las referencias literarias de Redondo junto a P.D. James y Ruth Rendell. Son solo algunos de los referentes de una escritora que fue lectora voraz ya desde niña y ayer especialmente emocionada: admitió haber participado ya hace años en un premio que de pequeña "miraba por la televisión soñando estar ahí". 

 El premio no hace más que reforzar una trayectoria ascendente de Redondo, que tras escribir algunos cuentos infantiles y relatos breves, arrancó hace siete años con la novela Los privilegios del ángel (2009) y que se disparó con El guardián invisible (2013), primera entrega de una trilogía protagonizada por la de fuerte carácter comisaria de la policía foral de Navarra Amaia Salazar y traducida ya a 15 idiomas. Y cuyo eco parece no tener fin: para 2017 está previsto tanto el tercer y último volumen de la novela gráfica como el estreno de la adaptación cinematográfica de la primera parte, dirigida por Fernando González Molina y producida por Atresmedia, pata audiovisual de Planeta. 

 Al escenario de la concurrida gala (monarcas aparte, y entre intimidatorias medidas de seguridad, estuvieron presentes la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría y el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, entre otros), subió otro fenómeno porque Chicot (Madrid, 1971) cuenta ya con un best-seller mediáticamente más silencioso, El asesinato de Pitágoras (2013). 

 Aquí, Planeta arrebata a Duomo (sello donde ha publicado hasta la fecha Chicot) a un psicólogo clínico de profesión que con hasta ahora sólo tres libros publicados pero con especial querencia por jugar con el género negro y la época clásica de los grandes filósofos griegos (lo hizo también en La hermandad, en 2014), aquí repite la fórmula de su éxito. Con tintes también de novela de acción y aventura con la guerra del Peloponeso como telón de fondo, ahora la figura central es Sócrates, quien, según el oráculo de Delfos, morirá a manos de un hombre de clara mirada. Querofonte, amigo del filósofo, cree que podría ser Perseo, el de ojos transparentes y terribles secretos."Reincido como asesino de filósofos", admitió Chicot, que dedicó la obra a su hija Lucía, de siete años, con síndrome de Down. "Por ella soy escritor, para dejarle una novela para su futuro". En Planeta ya saben que no deberán recurrir a oráculo alguno: los dos galardonados venderán lo suyo.

LA MANCHA LITERARIA DE DON QUIJOTE


Con motivo del IV Centenario de la publicación del El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, la Junta de Castilla-La Mancha puso en marcha, como parte de las actividades de conmemoración, una ruta siguiendo los parajes que el personaje de Cervantes recorriese durante sus aventuras literarias. 

Dividida en 10 tramos, la ruta de Don Quijote nos invita a visitar diversas localidades de la provincia de Toledo, Albacete, Ciudad Real y Guadalajara, reproduciendo los viajes del Hidalgo Don Quijote y su escudero Sancho Panza.

DETENIDO POR SUBIR LIBROS A INTERNET

El supuesto pirata informático causó un perjuicio de 400.000 euros a los autores y editores de las obras, según la policía



La Policía Nacional ha detenido en Valencia a un supuesto pirata informático que subió miles de libros a páginas de Internet de descargas gratis, una actividad de la que se lucraba y que se calcula que causó un perjuicio de 400.000 euros a los autores y editores de las obras.

 Esta es, según destaca la Policía en un comunicado, la primera vez que se detiene en España a alguien de esta envergadura, que realizaba toda su actividad desde su casa en Valencia bajo un pseudónimo y "con absoluta dedicación y constancia". 

 El detenido descargaba libros de otros usuarios o los compraba en páginas oficiales el mismo día que se publicaban. Luego, eliminaba con un programa específico las medidas que incorporaban los libros electrónicos para evitar su copia. 

 Entonces subía los libros a una quincena de páginas web dedicadas a compartir "ebooks" gratis, y se calcula, tras un primer análisis de su ordenador, que durante el tiempo que llevó a cabo esta actividad realizó más de 11.000 aportes a un solo foro de internet. 

 Algunos de estos aportes consistían en libros, pero otros eran colecciones enteras, por lo que la cantidad de obras que subió supera esa cifra. 

Esos libros luego los difundían otras personas por internet y al final se calcula que más de 400 páginas dedicadas a compartir ese tipo de material estaban ocupadas por las obras que él subía. 

 El arrestado recibía dinero en función del número de descargas y la Policía estima que el perjuicio económico ocasionado a escritores y editores supera los 400.000 euros. 

 La investigación se inició a raíz de una denuncia del Centro Español de Derechos Reprográficos (Cedro) en la que aportó el pseudónimo del pirata. 

 El Grupo Antipiratería y la Policía Judicial de Valencia se encargaron de las pesquisas, que llevaron a su detención y al registro de su casa, donde se intervino su ordenador. 

 Un "análisis en caliente" del dispositivo evidenció que su navegador web disponía de varias páginas para compartir los enlaces de las obras, de la misma manera que tenía abierta una sesión en un servidor de alojamiento de contenidos. 

 Además, se localizaron multitud de obras literarias en su disco duro y diversos programas con los que llevaba a cabo su actividad delictiva de manera específica. En el registro los agentes también se incautaron de un teléfono móvil y diversa documentación bancaria.

SNOWDEN Y ASSANGE SON UNOS TRAIDORES

El escritor Frederick Forsyth habla de su trabajo como periodista y espía del Servicio de Inteligencia Secreto (MI6) en sus memorias 'El intruso'



Leer la autobiografía de Frederick Forsyth es como colarse en el taller, en la trastienda de un lugar mágico y misterioso. Mágico por su capacidad para producir éxitos editoriales que suman 75 millones de ejemplares vendidos y que además han sintonizado con el sueño y la noción de aventura de la Guerra Fría y de los últimos 50 años de historia. Y misterioso porque en ella revela su vínculo con el MI6, la agencia de espionaje británica, para la que trabajó bajo la fabulosa cobertura de su condición de escritor. De todo ello habla en una habitación de un hotel de Londres cerca de Regent's Park con la carcajada en los labios, risueño en todo momento y optimista por el triunfo del Brexit y la recuperación de la soberanía para su amada Inglaterra. Forsyth (Ashford, Reino Unido,1938) lo ha sido casi todo: periodista, novelista, espía, piloto, padre y esposo. Y El intruso, que llega a España de la mano de Plaza y Janés, es su legado más personal, la novela de una era y de su propia vida. 

 Porque el protagonista esta vez es Freddy, el chaval solitario que probó su primer chicle de la mano de un soldado americano que había entrado con su tanque prácticamente en su jardín. Eran años de resistencia, de despliegue militar para preparar el contraataque a Hitler y de una soledad de internado que “primero fue circunstancia y luego necesidad”. “Parece que hoy la compañía es obligatoria constantemente en Facebook o Instagram, la gente necesita miles de amigos para estar siempre hablando con alguien, pero son extraños. Yo necesito silencio. Y no necesito compañía”. 

La soledad es su única y sorprendente droga, cuenta, y seguramente el antídoto de una vida cargada de viajes, contactos, presiones, guerras, peligros y aventuras. El hijo único que fue soñó pronto con ser piloto, se presentó al servicio militar en la RAF para volar, pasó veranos y temporadas en Francia, Alemania y España y solo porque quería viajar y no podía hacerlo siempre pilotando eligió un trabajo a la medida: periodismo. 

 Pregunta. Su libro habla de su trabajo como periodista, como novelista y como espía o “activo” del MI6, pero da la impresión de que se divirtió más con el periodismo. 

 Respuesta. Seguramente sí. Tuve la suerte de hacer periodismo internacional y eso fue más interesante que cubrir por ejemplo una huelga en una fábrica. Hay periodismo industrial, deportivo, financiero, diplomático, se pueden cubrir conferencias, ministerios de Exteriores, etcétera (y comienza a bostezar ostentosamente) ¡Qué aburrimiento! Pero yo quería ir al extranjero y la vía fue el periodismo. 

 Tras un tiempo en provincias logró entrar en Reuters, que le envió con 23 años a París, el corazón de una de las mayores crisis en ese momento: la amenaza contra Charles de Gaulle por su supuesta traición a una Argelia francesa. “La ultraderecha quería derribarle o matarle. Y eso era una gran historia para un chico de 23 años”. En ese tiempo concluyó que el presidente francés tenía un despliegue de seguridad infranqueable para sus enemigos, la OAS, que estaba muy controlada por los servicios secretos, y que solo un asesino a sueldo podría burlar todos los círculos de protección. Era el germen de Chacal naciendo en su cabeza, pero había otros destinos para él antes de que se dedicara a novelar. “Con 25 años fui destinado a Berlín Este, que podía ser el punto de partida de una tercera guerra mundial. En 1963 Occidente había cortado todas las relaciones con el Este salvo ¡el hombre de Reuters!, el único hombre occidental al este del muro, ¡y ese era yo! ¡Era un gran trabajo!”

 P. ¿Pasó más miedo ahí que después en Biafra, por ejemplo? 

R. No, no. En Berlín Este lo peor que te podía pasar es que te arrestaran y el Séptimo de Caballería no iba a venir a rescatarte, podías desaparecer. Alemania Oriental era un Estado muy duro y la Stasi era considerada la peor policía secreta del Este de Europa del momento, pero era también fascinante. Había cosas difíciles, como que te escucharan y siguieran siempre en aquellos coches negros, pero se trataba de acostumbrarte. Mi predecesor tuvo una crisis nerviosa y por eso le sacaron de allí y me mandaron a mí. Se consideraba un trabajo para un año, y para un hombre soltero, no casado.

 – P. ¿Soltero para conocer a todas esas chicas que cuenta en el libro, incluidas las espías que le seguían? 

 Forsyth ríe, en el libro cuenta anécdotas como la ocasión en que creyó haber seducido a una chica bellísima en Praga que resultó ser la agente asignada para seguirle. Le puso el trabajo muy fácil. Y cuenta con nostalgia sus escapadas a Berlín Oeste por Checkpoint Charlie, cuando los guardias le paraban para mirar el motor y los bajos del coche y entonces desaparecían las cajas de naranjas que él les dejaba disimuladamente en el portamaletas. “Ellos ya me conocían, no me llamaban Freddy, sino Forsyth, y usábamos esos trucos. Estaba bien. Ellos no podían comprar naranjas”.

 – P. El libro refleja cómo fue feliz cubriendo el París de De Gaulle y el Berlín de la Guerra Fría, pero también cómo llegó la decepción con el periodismo cuando pasó a la BBC y fue enviado a Nigeria, a la guerra de Biafra. 

– R. No fue decepción con el periodismo, sino con el establishment. Por primera vez me encontré en el lado opuesto al de mi Gobierno, era una situación extraña porque sabía que Londres estaba armando secretamente Nigeria y mintiendo y cuando ves eso tienes un problema, ¿qué haces lo anuncias, lo dices? Yo lo dije y por eso me apartaron de la BBC. Desde entonces seguramente he sido antiestablishment, siempre. No confío en ellos, creo que mienten.

 Tomó sus ahorros, voló a Lisboa y de ahí a Biafra, donde estaba empeñado en contar por su cuenta la hambruna que negaba el Gobierno británico y que estaba matando a cientos de miles de niños. Lo hizo como freelance, y lo hizo para el MI6, que quería información de primera mano distinta a la del Foreign Office. “En Europa nunca habíamos visto niños así reducidos a la hambruna, como insectos, sin músculos, sin grasas, con una tripa inflada llena de aire, la cabeza caída por falta de fuerzas”.

 P. ¿Es decir que vuelve a Nigeria por una causa y trabaja para el MI6 por una causa?

 R. Sí. Se me acercó un hombre y abiertamente se presentó: Soy Ronnie Bloom y trabajo para el MI6 y tenemos un problema, me dijo. El Foreign Office intenta persuadir al primer ministro Harold Wilson de que hay que seguir armando al Gobierno de Nigeria, niega la hambruna que la guerra está provocando, y nosotros sostenemos lo contrario. Wilson debe saber si estas hambrunas son ciertas o inventadas, así que si puedes probar lo que dices... Y así empecé. Me dieron un montón de sobres dirigidos a una falsa tía mía en Londres, con el sello puesto, y todo lo que tenía que hacer desde Biafra era meter mi informe, cerrar el sobre y dárselo a uno de los misioneros que salían. Pero el Gobierno no cambió de opinión, no paró hasta aplastar Biafra. 

 P. ¿No pensó que el MI6 le dijo lo que quería oír? 

 R. Siempre. Pero entonces me habrían pedido que demostrara que la hambruna era mentira. En todo caso había miles de niños muertos. 

 Al volver a Londres no tenía trabajo y por ello, dice, se hizo novelista. Su manuscrito de Chacal, escrito en penosas condiciones en 35 días, se abrió paso y le valió un contrato para las novelas Odessa, sobre la persecución de un criminal nazi, y Los perros de la guerra, que recoge un golpe en un país centroafricano. Ronnie Bloom volvió a contactarle, esta vez para encargarle una misión en Alemania Oriental. “Ya era bastante conocido y esa era una buena cobertura: estoy investigando para mi próximo libro, porque no puedes probar que no vas a escribirlo (ríe). Como investigador siempre tienes un montón de preguntas y es una buena cobertura, así que me pidió ir y recoger un paquete para el MI6. 

 P. ¿Y qué obtenía a cambio?

 R. Nada de dinero. 

 P. ¿Por qué lo hacía entonces? ¿Por la aventura? ¿Por la experiencia?  

R. Por ayudar a mi viejo país. 

 P. ¿Patriotismo entonces?

 R. Yo no mencionaría esa palabra (ríe). Este ha sido un buen país para mí y si tu país te pide que le hagas un favor no vas a decir que no. Hay muchos hombres de negocios o profesores que van a convenciones o lugares difíciles de llegar de otra manera y simplemente se trata de contar a la vuelta lo que has visto. Nada más. A mí me decían: estarás en ese hotel y si te llega un sobre bajo la puerta ¿nos lo traes a casa? 

 P. Pero a usted además lo enviaban de misión. 

R. Solo menciono una y he tenido una pequeña desaprobación por ello. En alguna sedes creen que hay que callar hasta la muerte y yo les digo: hay memorias escritas, papeles que ven la luz después de 30 años de secreto. Aquí han pasado 45 años y ya no existe ni la Stasi, ni Alemania Oriental ni la URSS (ríe), esto no es peligroso para nadie, por qué no contarlo. Pero hay puristas que dicen: no, hay que callar hasta la muerte. En todo caso nadie me ha dicho oficialmente “eres un bastardo”. 

 P. Describe un momento desastroso en un coche de un agente en Hong Kong que nada tiene que ver con el Aston Martin de James Bond. 

 R. No, no, nada que ver. La esencia del agente es ser secreto. Imaginar que llegas y te dicen “buenas tardes, señor Bond, le estábamos esperando”... ¿eso es un agente secreto? ¡Vamos, estaría muerto! Uno de verdad estaría muerto en 15 minutos. La idea es la invisibilidad, pasar la frontera, hacer el trabajo y volver a pasarla o te pillan. 

 P. ¿Y cuál es la lección que daría a los periodistas? 

 R. La que me dieron a mí mis maestros: comprobar, comprobar y solo después escribir. El establishment, los gobiernos intentan esconder detalles, pero nuestro trabajo es contarlos. Y no debemos cruzar la línea. Yo podía haberme unido al establishment, fui invitado a ello, pero me quedé afuera, outside, por opción. 

 Y ese afuera, outside, es el que da nombre en inglés al libro de su vida, The outsider (El intruso en español) y el que define el lado en el que se quiere situar. Para ello recuerda una cita de Lorca “estoy y estaré siempre con los que tienen hambre”. “Y Lorca no se refería al hambre de comida, sino al hambre de libertad. Yo estoy con Lorca”. 

– Su único título universitario es precisamente de Granada. 

 – ¡El diploma! (Ríe) Vine muy joven a estudiar español y pasé los días sin ir a clase, intentando aprender a torear y cuando el último día estaba tomando un manzanilla y unas gambas una suecas llegaron ¿eres tú el inglés? Mañana es el día del examen. Así que fui, el profesor me preguntó y solté una parrafada en acento andaluz, el jamás había oído a nadie hablar así. Y conseguí mi diploma. Me encantó España. He vuelto muchas veces a Barcelona y a la Costa del Sol, a Puerto Banús. Está bien. 

– Sin embargo está a favor del Brexit. 

 – Sí, pero no desde el referéndum sino desde hace diez años. Para mí no es una cuestión de inmigración, xenofobia, eurofobia ni ningún tipo de fobia, sino de soberanía. Es el derecho de los británicos, y no el permiso, de decidir cómo y por quién quieren ser gobernados. Queremos ser gobernados por la gente que elegimos y por método democrático. La Comisión no es elegida democráticamente y sus maneras son arrogantes, remotas, dictatoriales. Por eso hemos decidido recuperar la soberanía. 

 – ¿Y es cierto que en realidad no le gusta escribir?

 – Es verdad. Algunos escriben por compulsión, otros porque sienten que tienen un mensaje para el resto del mundo, otros por la fama y hay una cuarta razón (y se frota el índice y el pulgar para señalar claramente: el dinero).

 – ¿Es un mercenario de la pluma? 

 – Sí. 

 – Pero algo le gustará del proceso.

 – La investigación. Cuando tengo la idea en la cabeza empiezo a pensar si es posible. Si es imposible que ocurra no puedo escribirlo. Y viajo a casi todos los sitios que describo, desde Ginea Bissau para Cobra a Mogadiscio para La lista. Pero después de Mogadiscio mi mujer me dijo: “tienes 75 años, Dios, es suficiente, no quiero ser una viuda”. Y ya está. 

 – ¿Tal vez el próximo crimen de estilo Forsyth debería estar en la red, entre hackers? 

 – Pues sí, pero ya no lo entiendo y por eso no lo hago, porque no lo entiendo. Y hay una generación de jóvenes ahí fuera que pueden tomar el relevo. El 90% del espionaje hoy ya no trata de esconderse tras un árbol en Gorky Park para encontrar un microfilm, no. Se trata de hackear. Y la contrainteligencia consiste hoy en prevenir posibles ataques cibernéticos 

 – ¿Y qué opina de la divulgación de documentos que ha hecho Snowden o Wikileaks por ejemplo? 

 – Snowden y Assange son traidores, porque lo que han hecho ha sido enseñar a los terroristas cómo evitar ser atrapados. Pues muchas gracias. Es como tener un portero que les dice a los ladrones tus códigos para entrar en tu casa. Es una traición, no es una cuestión de derechos civiles. 

El tiempo se agota pero no se puede terminar una conversación con Forsyth sin preguntar por Donald Trump. Profundamente conservador, admirador de Margaret Thatcher y hoy de Theresa May, el adalid del Brexit ¿estará a favor del republicano? 

 “Es horrible, es un hombre terrible. Solo verle la cara es como ver a Musolini, no te gustaría ver esa cara al otro lado de la mesa a la hora del desayuno para empezar el día. No es presidencial. El gran misterio es cómo un país tan grande donde debe haber al menos 100.000 personas inteligentes, patrióticas, dignas y serias han elegido a esos dos. Cualquiera que conoce a Hillary Clinton no la soporta y él es un matón. Esperemos que ella gane, pero eso no la hace más simpática. Y su marido es horrible”. 

 Palabra de Forsyth.

BOB DYLAN: "LEÍ MUCHA POESÍA ANTES DE ESCRIBIR MIS PRIMERAS CANCIONES"

Con motivo de la concesión del Nobel de Literatura al músico, recuperamos esta rara entrevista de 2004, en la que habla del proceso de escritura de sus canciones y de sus influencias literarias



El autor de Blowin' in the Wind, una de las grandes figuras de la música popular del siglo XX, habla de un tema poco frecuente en sus ya escasas entrevistas: la forma en que compone sus canciones y las principales influencias literarias y musicales de su carrera. Bob Dylan viene a actuar en España este verano, además se acaban de editar el cedé, Live 1964, y el DVD, MTV Unplugged. "No, no, no", dice Bob Dylan tajante cuando le pregunto si los aspirantes a cantautores deberían aprender el oficio estudiando sus álbumes, que es precisamente lo que millares de ellos han venido haciendo en las últimas décadas. "Es natural seguir la pauta de alguien", dice, abriendo la puerta a un tema que ha sido terreno vedado a los periodistas durante mucho tiempo: su proceso como compositor de canciones. "Si yo hubiese querido ser pintor, probablemente habría pensado en intentar ser como Van Gogh, o si fuera un actor en actuar como Laurence Olivier. Si fuera un arquitecto, sería Frank Gehry. Pero no puedes limitarte a copiar a alguien. Si te gusta su obra, lo importante es someterse a todas las influencias que ha recibido esa persona. Quien quiera componer canciones debería escuchar tanta música folk como pueda, estudiar la forma y la estructura de todo el material que ha estado ahí desde hace 100 años. Llegar hasta Stephen Foster". 

Durante cuatro décadas, Dylan ha sido una gran paradoja estadounidense: un artista que revolucionó la composición de canciones populares con su obra desnudamente personal y desafiante, pero que nos ha mantenido a tal distancia de su vida personal -y de su técnica creativa- que seguro que no tuvo que ir muy lejos para encontrar el título de su última película: Masked and Anonymous (enmascarado y anónimo). Aunque sus admiradores y biógrafos puedan leer sus cientos de canciones como la crónica de amor y pérdida, celebración y agravio de un hombre, él no vuelve a las historias que están detrás de las canciones, per se, al hablar de su arte. Lo que le resulta más cómodo, y quizá más interesante, es hablar de cómo convierte la vida, las ideas, las observaciones y las cadenas de imágenes poéticas en canciones por medio de su oficio.

 Mientras posa en la intimidad de un gran hotel de Amsterdam con vistas a uno de los pintorescos canales de la ciudad, pinta un retrato de su evolución como compositor muy distinto del que cabría esperar en un artista que parece haber aparecido en la escena pop de los años sesenta con su visión y talento intactos. La letra de Blowin' in the Wind se publicó en Broadside, la revista de música folk, en mayo de 1962, el mes en que cumplía los 21. La historia que él cuenta es de ensayo y error, de salidas en falso y de trabajo duro: un joven en una remota región de Minnesota que encontraba tal libertad en la música del compositor Woody Guthrie que sentía que podría pasarse toda la vida simplemente cantando las canciones de Guthrie; hasta que descubrió su auténtica vocación gracias a un capricho del destino. 

 Dylan ha dicho con frecuencia que él nunca se propuso cambiar la música pop o la sociedad, pero está claro que estaba imbuido de los ideales que veía en la obra de Guthrie y que se había propuesto ser fiel a ellos. A diferencia de otras estrellas de rock anteriores a él, su objetivo principal no era simplemente estar en las listas. "Siempre admiré a los artistas auténticos, los que tenían dedicación, y aprendí de ellos", dice Dylan, meciéndose lentamente en la silla del hotel. "La cultura popular generalmente llega a su fin con mucha rapidez. La arrojan a la tumba. Yo quería hacer algo que perdurase junto a los cuadros de Rembrandt". 

A pesar de todos los años transcurridos, aún le brillan los ojos al mencionar a Guthrie, el poeta del Dust Bowl (cuenco de polvo), cuyas mejores canciones, como This Land Is Your Land, hablan tan elocuentemente del abismo que Guthrie veía entre los ideales y la praxis en Estados Unidos. "Para mí, Woody Guthrie era el no va más", dice Dylan, de 62 años, con su pelo rizado enmarcándole majestuosamente la cabeza como en las portadas de los discos de hace cuatro décadas. "Las canciones de Woody trataban de todo al mismo tiempo. Trataban de ricos y pobres, blancos y negros, de los altibajos de la vida, las contradicciones entre lo que enseñaban en la escuela y lo que de verdad estaba sucediendo. Él decía en sus canciones todo lo que yo sentía, pero no sabía cómo expresar". 

"Pero no se trataba sólo de las canciones. También era la voz -era como un estilete- y su dicción. Yo nunca había oído a nadie que cantase así. Su rasgueo en la guitarra era más complicado de lo que parecía. Lo único que yo sabía era que quería aprenderme sus canciones".

 Dylan interpretó tanto a Guthrie durante sus primeros tiempos en clubes y cafeterías que le llamaban la "gramola" de Woody Guthrie. Así que imagínense su asombro cuando alguien le dijo que había otro cantante -Ramblin' Jack Elliot- que estaba haciendo lo mismo. "Es como si fueras un médico que se ha pasado un montón de años para descubrir la penicilina y te enteraras de pronto de que ya lo había hecho alguien", recuerda. Un joven menos ambicioso no le hubiera dado importancia, hay sitio de sobra para dos cantantes que admiran a Guthrie. Pero Dylan era demasiado independiente. "Yo sabía que tenía algo que Jack no tenía", dice, "aunque me llevó tiempo descubrir qué era". 

 Al final se dio cuenta de que lo que podía diferenciarlos era la composición de canciones. En el plazo de dos años había escrito y grabado canciones entre las que se contaban Girl of the North Country y A Hard Rain's A-Gonna Fall que contribuyeron a elevar el alma de la música pop del puro entretenimiento a la categoría de arte. 

 Hablar sobre el oficio 

 Dylan, cuya obra y vida personal han sido diseccionadas en tantos libros que podrían llenar una pared de biblioteca, parece agradecer la oportunidad de hablar de su oficio, no de su persona o de su historia. Es como si quisiera desmitificarse. 

 "Para mí, el intérprete viene y se va", dijo una vez. "Las canciones son la estrella del espectáculo, no yo". También detesta centrarse en el pasado. "Intento siempre estar aquí y ahora. No quiero hacerme nostálgico ni narcisista como escritor ni como persona. Yo creo que la gente que tiene éxito no habita en el pasado. Creo que es algo que sólo hacen los perdedores". 

Y sin embargo tiene un fuerte sentido de la tradición. Le gusta verse como perteneciente a una hermandad de escritores cuyas raíces están en el country puro, el blues y la estirpe folk de Guthrie, la familia Carter, Robert Johnson y decenas de baladistas escoceses e ingleses. Está tan centrado en hablar de su oficio que tiene una guitarra al lado, por si quisiera hacer una demostración sobre algún punto. "Hay tantas formas de abordar algo en una canción", dice. "Una forma es dar vida a los objetos inanimados. Eso lo hace muy bien Johnny Cash. Es suyo el verso que dice: 'Un barco carguero dijo: Ella estuvo aquí, pero se fue, chico, se fue'. Es genial. Un barco carguero dijo: Ella estuvo aquí. Eso es arte de verdad. Si haces eso una vez en una canción, le das la vuelta a partir de ese momento". 

 El proceso que él describe es algo más prosaico que atrapar relámpagos en una botella. Cuando trabajaba en Like a Rolling Stone, dice, "no estaba pensando en lo que quería decir, solamente pensaba: ¿queda bien esto para la rima?". Pero es innegable que hay también un elemento de misterio. "Es como si un fantasma hubiera escrito una canción así. Te regala la canción y desaparece, desaparece. Tú no sabes lo que significa. Sólo que el fantasma me eligió a mí para escribir la canción". 

 A lo largo de los años algunos oyentes se han quejado de que las canciones de Dylan son demasiado ambiguas, que parecen ser simplemente un ejercicio narcisista a base de juegos de palabras. Pero la mayoría de los críticos afirman que el auténtico punto fuerte de Dylan son sus imágenes a veces contrapuestas. En el pop estadounidense son pocos los que han escrito con regularidad versos tan inquietantemente bellos y tan desafiantes como su Just Like a Woman, una canción de mediados de los sesenta. 

 "Ella siente como una mujer, así es. / Ella hace el amor como una mujer, así es. / Y anhela como una mujer. / Pero llora / como una niña". 

Dylan contempla impasible la hoja que le entrego con la letra de Just Like a Woman. Como sucede con tantas de sus obras, la canción parece referirse a muchas cosas al mismo tiempo. "No se me dan muy bien las definiciones", dice. "Aunque pudiera decirte de qué trata la canción, no lo haría. Es el oyente el que tiene que hacerse una idea de lo que significa para él". 

 Sin embargo cede un poco mientras sigue mirando fijamente la página en medio del silencio de la habitación. "Ésta es una canción muy amplia. Un verso como 'pero llora como una niña' es una metáfora. Es igual que un montón de canciones basadas en el blues, en las que pueden estar hablando de una mujer, pero en realidad no están hablando de ninguna mujer. Puedes decir mucho cuando utilizas metáforas". 

 "Nadie siente dolor / esta noche, en la que estoy de pie / dentro de la lluvia. / Todo el mundo sabe / que Baby lleva ropa nueva / pero últimamente veo que han caído de sus rizos / sus cintas y sus lazos".  

En busca de la musa

 Después de otra pausa añade: "Ésta es una canción urbana. Es como mirar algo extraordinariamente poderoso, como la sombra de una iglesia o algo así. Yo no pienso en términos laterales como escritor. Ése es un defecto de los viejos escritores de Broadway... Son muy laterales. No hay nada circular, nada que aprender en la canción, nada que te inspire. Yo siempre intento darle la vuelta a una canción. Si no es así tengo la sensación de estar haciendo perder el tiempo al oyente". 

 Dylan persiguió a su musa en Nueva York con apetito por todo lo que le pudiera servir para mejorar su arte, tanto si era aprender viejos blues y canciones folk como empaparse en literatura. "Yo había leído un montón de poesía cuando escribí muchas de aquellas primeras canciones. Estaba metido en los poetas básicos. Los leía como otros leen a Stephen King. También los había leído de pequeño. Las cosas de Poe me dejaban anonadado en varios sentidos. Byron y Keats y todos esos. John Donne...". 

"Lo de Byron es que él sigue y sigue y tú no sabes ni la mitad de las cosas de las que habla, ni la mitad de la gente a la que se refiere. Pero sí puedes apreciar su lenguaje".

 Se encontró al lado de los poetas beat. "No podías evitar entusiasmarte ante la idea de una poesía dicha en las calles, públicamente", dice. "Siempre había un poeta en los clubes y tú escuchabas los versos y Ginsberg y Corso eran tíos que tenían mucha influencia".

 Dylan dijo una vez que en los años sesenta escribía canciones tan deprisa que no quería irse a dormir porque le daba miedo perderse alguna. Y también se empapaba de influencias con tanta rapidez que le costaba mucho apagar la luz por la noche. ¿Por qué no leer un poco más? "Alguien me dejó un libro de poemas de François Villon y él escribía de cosas de la misma calle y las convertía en verso", dice Dylan, transmitiendo aún el entusiasmo por utilizar la Francia del siglo XV como fuente de inspiración. "Te dejaba pasmado y te hacía plantearte por qué no podías hacer lo mismo en una canción".

 "Veía a Villon hablando de visitar a una prostituta y yo le daba la vuelta, yo no visitaría a una prostituta, yo hablaría de rescatar a una prostituta. Una vez más se trataba de darle la vuelta a las cosas, como 'el vicio es salvación y la virtud puede ser tu ruina'". 

 El mérito de la tradición 

 Cuando escuchas a Dylan maravillarse aún con citas como la anterior de Maquiavelo o con "lo bello es inmundo y lo inmundo es bello" de Shakespeare, se entiende por qué salpimenta sus canciones con frases que siempre nos hacen cuestionarnos nuestros supuestos; versos clásicos como "No hay mayor éxito que el fracaso y el fracaso no es un éxito en absoluto", de Love Minus Zero/No Limit, de 1965. 

Como siempre, atribuye rápidamente todo el mérito a la tradición. "Yo no inventé esto, ya sabes", recalca. "Robert Johnson cantaba alguna canción y, sin venir a cuento, había algún dicho de Confucio que te hacía pensar ¿y esto de dónde sale? Es importante darle siempre la vuelta a las cosas de alguna forma".

 Algunos escritores se sientan a escribir todos los días dos o tres horas por lo menos, tanto si están en vena como si no. Otros esperan la inspiración. Dylan se mofa de la disciplina de escribir todos los días. 

"Bueno, no soy un compositor tan serio", dice con una sonrisa en los labios. "Las canciones no me vienen así como así. Normalmente se cuecen durante un tiempo y descubres que es importante guardar los pedazos hasta que estén completamente formados y unidos unos a otros".

 A veces escribe a máquina, pero generalmente usa un bolígrafo, porque dice que es más rápido escribiendo que mecanografiando. "No empleo mucho tiempo en revisar las canciones", dice Dylan. "A veces hago cambios, pero las primeras canciones, por ejemplo, casi todas eran del primer borrador". 

 No insiste en que sus rimas sean perfectas. "Lo que yo hago y muchos escritores no hacen es tomar un concepto y una línea que realmente quiero poner en una canción y si no encuentro forma de simplificarla, por más que haga, la dejo como está -entera y verdadera- y busco la forma de cantarla de manera que encaje en el esquema rítmico. Prefiero hacer eso a reventarla o perderla porque soy incapaz de rimarla". 

 Los temas, dice, no han sido nunca un problema. Cuando él empezó, la guerra de Corea acababa de terminar. "Aquello fue una pesada nube sobre las cabezas de todos", dice. "La cosa de los comunistas era aún bastante gorda y el movimiento de los derechos civiles estaba empezando. Así que había muchos temas sobre los que escribir. Pero yo nunca me puse a escribir de política. No quería ser un moralista político. Había gente que hacía eso precisamente. Phil Ochs se centró en lo político, pero todos tenemos muchas facetas y yo quería seguirlas todas. Podemos sentirnos muy generosos un día y muy egoístas al momento siguiente".

 Meditar sobre una canción 

 Son ya casi las dos de la madrugada y otra cafetera se está enfriando. Se pasa la mano por el cabello rizado. Después de tantas horas, me doy cuenta de que no le he hecho la pregunta más evidente: ¿qué viene antes, las palabras o la música? Dylan se echa hacia delante y toma la guitarra acústica. 

"Bueno, tienes que entender que yo no soy un melodista", dice. "Mis canciones están basadas en viejos himnos protestantes, o en canciones de la familia Carter, o en variaciones del esquema blues. Lo que pasa es que cojo una canción que conozco y empiezo a tocarla mentalmente. Ésa es mi forma de meditar. Hay un montón de gente que mira una grieta de la pared y medita, o cuenta ovejas o ángeles o dinero o cualquier cosa, y es un hecho demostrado que eso les ayuda a relajarse. Yo no medito con ninguna de esas cosas. Yo medito sobre una canción". 

 Rasguea lentamente la guitarra, pero es difícil reconocer la melodía. "Escribí Blowin' in the Wind en 10 minutos; me limité a poner palabras a un viejo spiritual, probablemente algo que aprendí de los discos de la familia Carter. Ésta es la tradición de la música folk. Usas lo que has recibido en herencia. The Times They Are A-Changin' probablemente venga de una antigua canción popular escocesa". Al seguir tocando, la canción empieza a sonarme vagamente familiar. Quiero saber sobre Subterranean Homesick Blues, una de sus canciones más radicales. Esta pieza de 1965 fusionó el folk y el blues de una forma que hizo que todo el que la oía la escuchase una y otra vez. John Lennon dijo una vez que la canción era tan cautivadora a todos los niveles que le hacía preguntarse cómo podría competir alguna vez con ella. ¿De dónde venía aquello? 

 Sin hacer ninguna pausa, casi con un guiño, Dylan dice que la inspiración data de su adolescencia. "Es de Chuck Berry, un poco de Too Much Monkey Business y algo de las canciones scat de los años cuarenta". Al subir el volumen de la música de la guitarra me doy cuenta de que Dylan está tocando una de las canciones más famosas del siglo XX, Blue Skies, de Irving Berlin.

 Lo miro a los ojos en busca de alguna señal. ¿Está componiendo una canción mientras habla? 

 "No", dice con una sonrisa. "Simplemente te estoy mostrando lo que hago".

martes, 1 de noviembre de 2016

BOB DYLAN ABRE LA PUERTA DEL CIELO LITERARIO

La elección del músico de Minnesota reconoce la revolución cultural de los 60



Tras años siendo un improbable candidato, Bob Dylan ha ganado el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca lo argumenta finamente: “Por crear nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”. La elección tiene, sin embargo, otras lecturas: de alguna manera, se reconoce la revolución cultural de los sesenta, de la que Dylan fue esencial catalizador. Se interpretará igualmente como un triunfo generacional, de los llamados baby boomers. 

 Revisando el cartel del pasado Desert Festival, se hacían cábalas sobre la relativa importancia de cada participante: Dylan, los Rolling Stones, Paul McCartney, Neil Young, The Who, Roger Waters. Olvidemos fama y ventas: resulta evidente que solo uno de ellos tiene categoría de maestro. Una palabra demasiado desgastada, pero que aquí se aplica literalmente: todos los demás invitados estudiaron los discos de Dylan, desde 1965, si no antes. Las letras del rock cambiaron radicalmente a partir de sus primeros álbumes. Ampliaron su temática, enriquecieron sus técnicas expresivas, buscaron aliento poético, se alargaron. Acierta el tópico: “Elvis liberó el cuerpo, Dylan hizo lo mismo con la mente”.

 Había sido rockero en sus inicios (escuchen Mixed up Confusión, su primer single, de 1962) pero se mimetizó con el ambiente del Greenwich Village neoyorquino). Reconvertido en folk singer, pronto superó a sus preceptores en la acidez de sus canciones políticas, en su agridulce repertorio amoroso, en la forja de un cancionero personal que oscilaba entre el surrealismo y unos monólogos interiores particularmente torrenciales. Avisó del cambio de perspectiva con Another Side of Bob Dylan (1964). Pero nadie estaba preparado para la tormenta de decibelios que vendría al año siguiente.

 Ejemplo moral 

 Dylan también ha funcionado como ejemplo moral. Resistió impertérrito las críticas mordaces de la izquierda y los abucheos ocasionales que siguieron a Like a Rolling Stone. Tras encabezar —sin pretenderlo— la insurgencia juvenil, en 1966 se retiró justo cuando la contracultura saltaba de la bohemia a las masas. Primó su familia sobre aquella teórica revolución y recibió sopapos sin cesar. Su casa de Nueva York hasta se vio asediada por patéticas manifestaciones de creyentes que exigían que tomara de nuevo la bandera de la rebelión. 

 No lo hizo, aunque ocasionalmente diera rienda suelta a su ira ante la injusticia racial (Hurricane o la mucho menos conocida, George Jackson). De hecho, se emperraba en llevar la contra: lanzó un disco de retales, Self Portrait (1970), posiblemente en respuesta a la popularidad de los discos piratas que recogían sus grabaciones inéditas. Si el Viejo Testamento había formado parte de sus cimientos culturales, en los setenta visitó Israel y flirteó con el sionismo. Aún con todos esos precedentes, alienó a lo que quedaba de su público cuando, hacia 1978, se transformó en un cristiano fundamentalista, facturando poderosas canciones de fuego y azufre. Por si fuera poca cosa el reto a unos oyentes escasamente religiosos, reforzaba sus conciertos con unos sermones apocalípticos cuya lectura —el pintor Francesco Clemente los reunió en un librito de su editorial, Hanuman— todavía produce bochorno. 

Ya en los ochenta, desistió de evangelizar a su descreída parroquia. Iniciaba una peregrinación aparentemente marcada por la desesperación profesional. Se puso a las ordenes de productores de éxito que prometían acercarle a los compradores de discos: Mark Knopfler, Arthur Baker, Daniel Lanois, David y Don Was; hasta cedería a la moda con un descuidado MTV Unplugged (1995). Sufrió una aterradora etapa de sequía compositiva, que tapó con colecciones de canciones folclóricas, como Good as I Been to You (1992) o World Gone Wrong (1993). Para más inri, por aquel tiempo, su hijo Jakob se convirtió en superventas al frente de The Wallflowers. 

 Se apuntó a giras con Tom Petty & the Heartbreakers y los Grateful Dead. Con los sanfranciscanos aquello fue particularmente desastroso —“se ponía a tocar canciones que no habíamos ensayado y que él tampoco dominaba”— pero tuvo una revelación. Lo contó en Crónicas (2004), el único tomo publicado de una prometida trilogía autobiográfica: descubrió una manera de reinventar sus canciones, sin importarle que sonaran irreconocibles. Y confirmó su vocación de músico itinerante: desde 1988 ofrece alrededor de un centenar de actuaciones al año, ritmo que ninguno de sus compañeros del rock se ha atrevido a imitar. 

 Todos estos volantazos estuvieron rodeados de misterio. La mayoría de los encuentros periodísticos con Dylan se caracterizan por su tono evasivo o arisco. Para ser el cantante más analizado del planeta, objeto de una inmensa bibliografía, ha sabido mantener muchos secretos sobre su vida privada. Solo en 2001, gracias a la investigación del británico Howard Sounes, se supo que estuvo seis años casado con Carolyn Dennis, corista de su grupo góspel, con la que tuvo una hija. Cada poco nos da una sorpresa que sugiere una mente inquieta, que no puede detenerse: expone pinturas, trabajos de forja…  

Sin acrobacias 

 Ayuda que Dylan haya resuelto el enojoso trance de grabar. Nada de acrobacias en el estudio: desde Love and Theft (2001) se autoproduce, bajo el seudónimo de Jack Frost, apoyado por su banda de directo y algunos amigos. Su sonido y sus arreglos son ahora formalistas.

 Desde 1997, los vientos soplan a su favor. Ese año, sufrió una pericarditis que estuvo a punto de reunirle "con Elvis". Fue un mazazo entre sus seguidores, que le creían poco menos que indestructible. Desde entonces, sus excentricidades parecen más tolerables. ¿Que tocó para Juan Pablo II? “¡Le sacó una pasta al Vaticano!”. ¿Que se detectan abundantes plagios en canciones o escritos?. “Está recuperando a autores olvidados”. ¿Que hace publicidad para lencería, bancos o automóviles? “Se burla del comercialismo de nuestra era”. El espaldarazo recibido desde Estocolmo confirma que hasta el establishment literario se ha rendido a sus idiosincrasias. Es el reconocimiento definitivo a una vida tan intensa como creativa.


QUIÉN GANÓ EL NOBEL DE LITERATURA EL AÑO QUE NACISTE


Este jueves 13 de octubre se anunciará el ganador del Premio Nobel de Literatura. En espera de si se concede a alguno de los eternos favoritos (como el japonés Haruki Murakami o el estadounidense Phillip Roth), de si hay sorpresa, o se cumplen las quinielas de este año (algunas hablan del novelista keninano Ngugi Wa Thiong’o) os proponemos una la lista con los autores que sí han ganado el premio. Según vuestro año de nacimiento y el año en el que se les concedió el premio, podéis descubrir si nacisteis marcados por la literatura de Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez o Camilo José Cela. Para descubrir más datos sobre estos autores puedes visitar la web de los premios. Actualización: el Nobel de Literatura de 2016 ha sido para Bob Dylan. 

 1901. Sully Prudhomme (Francia). 
 1902. Theodor Mommsen (Alemania). 
 1903. Bjørnstjerne Bjørnson (Noruega). 
 1904. Frédéric Mistral (Francia) y José Echegaray (España). 
1905. Henryk Sienkiewicz (Polonia). 
 1906. Giosuè Carducci (Italia). 
 1907. Rudyard Kipling (Reino Unido). 
 1908. Rudolf Christoph Eucken (Alemania). 
 1909. Selma Lagerlöf (Suecia). 
 1910. Paul von Heyse (Alemania). 
 1911. Maurice Maeterlinck (Bélgica). 
 1912. Gerhart Hauptmann (Alemania). 
 1913. Rabindranath Tagore (India). 
 1914. No se concedió. 
 1915. Romain Rolland (Francia) 
 1916. Verner von Heidenstam (Suecia). 
 1917. Karl Adolph Gjellerup (Dinamarca) y Henrik Pontoppidan (Dinamarca). 
 1918. No se concedió. 
 1919. Carl Spitteler (Suiza). 
 1920. Knut Hamsun (Noruega). 
 1921. Anatole France (Francia). 
 1922. Jacinto Benavente (España). 
 1923. William Butler Yeats (Irlanda). 
 1924. Władysław Reymont (Polonia). 
 1925. George Bernard Shaw (Irlanda). 
1926. Grazia Deledda (Italia) 
 1927. Henri Bergson (Francia). 
 1928. Sigrid Undset (Noruega). 
 1929. Thomas Mann (Alemania). 
 1930. Sinclair Lewis (Estados Unidos). 
 1931. Erik Axel Karlfeldt (Suecia). 
 1932. John Galsworthy (Reino Unido)  
1933. Ivan Bunin (nacido en Rusia, residente en Francia). 
 1934. Luigi Pirandello (Italia). 
 1935. No se concedió. 
 1936. Eugene O'Neill (Estados Unidos). 
 1937. Roger Martin du Gard (Francia). 
 1938. Pearl S. Buck (Estados Unidos) 
 1939. Frans Eemil Sillanpää (Finlandia). 
 1940. No se concedió. 
 1941. No se concedió. 
 1942. No se concedió. 
 1943. No se concedió. 
 1944. Johannes Vilhelm Jensen (Dinamarca). 
 1945. Gabriela Mistral (Chile).  
1946. Hermann Hesse (nacido en Alemania, residente en Suiza). 
 1947. André Gide (Francia). 
 1948. T. S. Eliot (nacido en Estados Unidos, residente en el Reino Unido). 
 1949. William Faulkner (Estados Unidos). 
 1950. Bertrand Russell (Reino Unido).
 1951. Pär Lagerkvist (Suecia). 
 1952. François Mauriac (Francia). 
 1953. Winston Churchill (Reino Unido). 
 1954. Ernest Hemingway (Estados Unidos). 
 1955. Halldór Kiljan Laxness (Islandia).
 1956. Juan Ramón Jiménez (Español). 
 1957. Albert Camus (Francia). 
 1958. Boris Leonidovich Pasternak (Unión Soviética). 
 1959. Salvatore Quasimodo (Italia). 
 1960. Saint-John Perse (Francia). 
 1961. Ivo Andrić (Nacido en Austria-Hungría, residente en Yugoslavia). 
 1962. John Steinbeck (Estados Unidos). 
 1963. Giorgos Seferis (Grecia). 
 1964. Jean-Paul Sartre (Francia). 
 1965. Mikhail Sholokhov (Unión Soviética). 
 1966. Shmuel Yosef Agnon (nacido en Austria-Hungría y residente en Israel) y Nelly Sachs (nacida en Alemania y residente en Suecia). 
 1967. Miguel Ángel Asturias (Guatemala). 
 1968. Yasunari Kawabata (Japón). 
 1969. Samuel Beckett (Irlanda).  
 1970. Aleksandr Isayevich Solzhenitsyn (Unión Soviética). 
 1971. Pablo Neruda (Chile). 
 1972. Heinrich Böll (Alemania). 
 1973. Patrick White (nacido en el Reino Unido, residente en Australia). 
 1974. Eyvind Johnson (Suecia) y Harry Martinson (Suecia). 
 1975. Eugenio Montale (Italia). 
 1976. Saul Bellow (Nacido en Canadá, residente en Estados Unidos). 
 1977. Vicente Aleixandre (España). 
 1978. Isaac Bashevis Singer (nacido en Rusia, residente en Estados Unidos). 
 1979. Odysseas Elytis (Grecia). 
 1980. Czesław Miłosz (nacido en Polonia, residente en Estados Unidos). 
 1981. Elias Canetti (Bulgaria). 
 1982. Gabriel García Márquez (Colombia). 
 1983. William Golding (Reino Unido). 
 1984. Jaroslav Seifert (nacido en Austria-Hungría, residente en Checoslovaquia). 
 1985. Claude Simon (Francia). 
 1986. Wole Soyinka (Nigeria). 
 1987. Joseph Brodsky (nacido en la Unión Soviética, residente en Estados Unidos). 
 1988. Naguib Mahfouz (Egipto). 
 1989. Camilo José Cela (España). 
 1990. Octavio Paz (México). 
 1991. Nadine Gordimer (Sudáfrica). 
 1992. Derek Walcott (Santa Lucía). 
 1993. Toni Morrison (Estados Unidos). 
 1994. Kenzaburō Ōe (Japón). 
 1995. Seamus Heaney (Irlanda). 
 1996. Wisława Szymborska (Polonia). 
 1997. Dario Fo (Italia). 
 1998. José Saramago (Portugal). 
 1999. Günter Grass (Alemania).
 2000. Gao Xingjian (nacido en China, residente en Francia). 
 2001. V. S. Naipaul (nacido en Trinidad y Tobago, residente en el Reino Unido). 
 2002. Imre Kertész (Hungría). 
 2003. J. M. Coetzee (Sudáfrica). 
 2004. Elfriede Jelinek (Austria). 
 2005. Harold Pinter (Reino Unido).
 2006. Orhan Pamuk (Turquía). 
 2007. Doris Lessing (Reino Unido). 
 2008. Jean-Marie Gustave Le Clézio (Francia). 
 2009. Herta Müller (Alemania). 
 2010. Mario Vargas Llosa (Perú). 
 2011. Tomas Tranströmer (Suecia). 
 2012. Mo Yan (China).
 2013. Alice Munro (Canadá). 
 2014. Patrick Modiano (Francia). 
 2015. Svetlana Aleixievich (Bielorrusia).
 2016. Bob Dylan (Estados Unidos).